MEDITACIÓN O SUFRIMIENTO

 
La semana previa a un curso retiro de meditación en el que iba a participar, me hallaba en una aparente calma y nada me hacía presagiar el temporal emocional que se estaba agitando.

Escasos días antes del retiro, el hecho de que de la actuación pública de una persona estuviera resaltando aquellos aspectos que se me antojaban incorrectos, fue la señal de alarma que me llevó a considerar la posibilidad de que hubiera vuelto a activar el mecanismo de búsqueda externa de un “chivo expiatorio” o “culpable”, comportamiento que cíclicamente vuelvo a repetir si bajo la guardia en la práctica meditativa en la vida cotidiana. Mi primera reacción fue la de reconocer el hecho como incorrecto por la forma, pero no querer admitir la reincidencia, justificándome con el argumento de que mi actuación se había limitado a ser una simple manifestación de mi opinión personal en torno a una actuación que estaba abierta a la valoración. Fue al rememorar situaciones anteriores y recordar cómo se dio en otras ocasiones el proceso de atribución de responsabilidades ajenas de lo que me acontecía,  que comprendí que me hallaba en los albores de una nueva adjudicación de culpabilidades.

El reinicio de este proceso me ocurre habitualmente  en los periodos que estoy más descentrado y con una mayor carga de insatisfacción personal. En esas ocasiones cuando detecto en alguna persona actitudes o comportamientos que juzgo incorrectos comienzo emitiendo juicios y adoptando una postura  preventiva hacia ella. Si en algún momento su comportamiento hacia mí lo considero injusto, ese proceder es el detonante que activa mi cuerpo emocional acumulado, es decir mi inconsciente personal en el que se ha ido almacenando todo lo que he vivido de forma frustrante. Mi reacción acostumbra a ser desproporcionada en relación al hecho, dejando patente mi censura y mostrando mi rechazo airadamente. Si esa persona repite o mantiene similar conducta conmigo mi estallido emocional es potente. Mi reacción en cadena incluye la condena total, el rechazo absoluto, la respuesta encolerizada y la búsqueda de seguidores que compartan y respalden mis razones. Si quienes estimo no me refrendan me enfurezco. Si la situación perdura, entro en un campo persecutorio, obsesiva y neuróticamente atrapado, en el que pretendo a toda costa  no seguir siendo sujeto pasivo de ese proceder, enarbolando la bandera de mi libertad y mi derecho a no someterme a lo que no considero justo. En estas circunstancias, egoicamente apresado, sufro y hago sufrir y mis respuestas me envilecen, a la vez que me genero un karma negativo ya que hay una parte de mí que se da cuenta de ello, y toda esta vivencia frustrante pasa a engrosar mi cuerpo emocional acumulado, siendo cada vez más víctima de mi inconsciente personal que ha salido reforzado.

Al reconocer que comenzaba a sentar las bases de un proceso que podía completar su ciclo si no lo detenía a tiempo, surgió rápidamente el sentimiento de culpabilidad que me hizo sentirme algo revuelto, pero también se dio el del agradecimiento por tener la posibilidad de encarar esta situación con mayor dedicación en el curso retiro de meditación. Me hubiera gustado haber entrado con una mayor paz en dicho curso pero tenía que aprovecharlo para integrar esta parte de mi inconsciente.

A este estado descrito en el que me hallaba se le sumó, en los inicios del curso de meditación, una fuerte reacción cuya espoleta fue un persistente comportamiento, que me afectaba y consideraba incorrecto, por parte de otra persona con la que había tenido problemas con anterioridad. Tenía que salir de la situación emocional en la que me encontraba y sabía, por propia experiencia, que la meditación era lo único que podía disolverla.

Al comienzo de la práctica meditativa me resultó difícil seguir las pautas que quien dirigía el curso planteaba por la fuerza de la emoción que me arrastraba. Se trataba, al comienzo, tras las recomendaciones posturales y la de estar presente en cada respiración contándolas si fuera necesario, de situarse en una actitud relajada y abierta permitiendo que se expresara todo  lo que viniera desde la plena aceptación sin implicarse con lo que surgiera, manteniéndose presente en la mera observación de todos los contenidos físicos y mentales de instante a instante, apoyándose mientras fuera necesario en el soporte de la respiración natural abdominal, y retornando a la presencia cada vez que uno se diera cuenta que se había descentrado.

Los pensamientos y las emociones consiguientes bullían en mí sin cesar. El recuerdo de lo acontecido, el rechazo, la condena, la culpabilidad y la justificación se sucedían y alternaban sin interrupción. Escasos eran los instantes en que me mantenía presente y, gracias a la determinación de volver para no seguir sufriendo, cortos también los momentos que permanecía descentrado. Era como un constante ir y venir de forma acelerada. Mi ego me planteaba, engañosamente, que resultaba agotador el tener que retornar a una mente actualizada cada vez que me daba cuenta que me había despistado, cuando en realidad lo extenuante era el volver a ser presa de la inconsciencia cada momento. La voluntad de continuar con la práctica de la meditación y el firme convencimiento de que aunque fuera solo un segundo el que estuviera presente cada vez que retornaba, merecía la pena porque ese era un instante arrebatado a la inconsciencia, que en caso contrario iba ganando terreno.

Proseguí la práctica con el sostén de la respiración abdominal siendo cada vez más prolongados los momentos que permanecía en una mente actualizada, en tanto que los pensamientos se iban ralentizando, y me mantenía más establemente presente en la observación de los contenidos físicos y mentales que se iban expresando en cada instante, permitiendo, según las indicaciones que daba quien orientaba la meditación, que con la espiración fueran al espacio vacío de la Mente Consciente y con la inspiración me iba dejando permear por su paz, procurando estar atento al espacio existente entre espiración e inspiración, el cual permite conectar directamente con la Vacuidad gozosa y compasiva. Fruto de ir poniendo mi inconsciencia a la luz de la Consciencia se disolvió la situación conflictiva en la que me hallaba y me invadió la paz, el gozo y la energía de la Mente profunda Consciente, pudiendo permanecer durante el retiro más establemente presente.

Tal y como se reseñaba en el curso, experimenté, que aquella situación dolorosa por la que estaba atravesando abordada desde la meditación me había permitido vivir en un estado espiritual más profundo. Si la Presencia en la meditación hubiera sido total, mi problema con la búsqueda de responsables se hubiera liquidado definitivamente, pero al no haber sido así, aflorará en un futuro pero con menor intensidad, hasta que la práctica continuada de la meditación la disuelva por completo, como me ha ocurrido en otros aspectos de mi vida. Para ello sé que es necesario el llevar la meditación sentada a la totalidad de la vida cotidiana.