LA
MEJOR INVERSIÓN ES EL AMOR DESINTERESADO A LOS DEMÁS (2)
Uno
de los mayores obstáculos en la práctica y en el ejercicio del amor es el
materialismo espiritual. A excepción de los Seres Despiertos o de aquellos
que en la vida anterior alcanzaron un importante grado de realización,
lógicamente, cuando nos acercamos al Dharma lo hacemos desde el
materialismo espiritual, acuciados por el sufrimiento propio y buscando
una salida individual a la situación en la que nos encontramos, junto con
otras pretensiones o expectativas en lo material o en lo psicológico, más
o menos veladas, que nada tienen que ver con una auténtica aspiración
espiritual aunque así podamos llegar incluso a creer. El amor que sentimos
por las personas allegadas es mayormente por lo que nos reportan pero no
por ellas mismas con total independencia de lo que nos proporcionan. Dicha
aproximación al trabajo espiritual se da con el lastre de la polaridad
negativa de nuestro oscuro inconsciente personal pendiente de liquidar, en
el que anidan todas las miserias aún no disueltas.
Una vez que tenemos acceso a la enseñanza y a la práctica de la
meditación, estamos en condiciones de ir desenmascarando al ego y ver en
nosotros el calado que tiene el materialismo espiritual, que perdurará
hasta que no lo detectemos, tengamos una comprensión vital de la
inconveniencia de persistir en él y permitamos la acción purificadora de
la Consciencia. Tres son los pilares básicos en el sendero espiritual: la
meditación, el servicio desinteresado a los demás y el compartir desde la
Presencia.
La puerta de entrada a nuestra realidad última consciente es la del
corazón, es decir, la del amor incondicional al resto de seres sintientes.
“Al atardecer nos examinarán en el Amor” decía San Juan de la Cruz.
Algunos meditantes toman buena cuenta de esta realidad y con una
encomiable determinación se entregan totalmente a la práctica y van
creciendo en el potencial de amor que somos y en la entrega cada vez más
desinteresada a los demás, dándose en ellos, progresivamente, un auténtico
crecimiento espiritual en el que cada vez con mayor intensidad su
expresión del amor es fruto de una genuina actualización del potencial del
Amor consciente. En cambio, es muy frecuente que la mayoría permanezcamos
largo tiempo, especialmente en lo referente a la entrega a nuestros
semejantes, presas del materialismo espiritual a muy diversos niveles.
El materialismo espiritual en buena parte de los practicantes del Dharma,
en relación a la donación a los demás, tiene distintos estadios según el
nivel de realización personal, que van desde el grosero aprovechamiento
tanto material del entorno, como espiritual del Maestro, disfrutando de
las bendiciones recibidas sin afrontar a fondo el trabajo de disolución
del inconsciente, hasta aquel en el que se tiene una entrega interesada en
la que previamente cada cual ha establecido, sutilmente, un baremo entre lo
que recibe y da, pretendiendo obtener lo máximo con la entrega mínima,
máxime si ésta es la del ego.
En muchos casos podemos confundir el hecho de no vivirnos tan
problemáticamente, el percibir copiosas bendiciones y el tener
determinadas experiencias o vivencias espirituales, que pueden, en
múltiples ocasiones, ser un regalo de la Consciencia para alentarnos en el
camino y forman parte de su trabajo, con la realización espiritual, y
llegar a creernos que hemos desarrollado una importante actualización del
Amor que somos en nuestra naturaleza última, hasta que, tarde o temprano,
llega el momento en el que nos encontramos con lo que realmente hemos
realizado, y kármicamente se nos “ajustan las cuentas”. No todas las
entregas a los demás son fruto de un crecimiento espiritual, dado que hay
egos conformados en la donación como medio de obtención de lo que
ambicionan, pero todas las personas que han alcanzado un importante nivel
de realización expresan ineludiblemente un alto grado de compasión y una
considerable entrega cada vez más incondicional a sus semejantes, que en
el caso de los bodhisattvas es total, de modo que si atinamos a ver lo que
tenemos pendiente de entrega desinteresada a los demás nos puede dar una
idea de lo que tenemos por realizar espiritualmente.
Las justificaciones egoicas para uno mismo y para el entorno a fin de no
entregarnos al prójimo pueden ser múltiples, y la mayoría de las veces se
tergiversa y manipula la enseñanza en busca de cobertura, pero la verdad es
que no logramos engañar a la Consciencia, ni al Maestro ni a nadie
medianamente atento, excepto a nosotros mismos. Las expresiones más burdas
de este materialismo espiritual son aquellas en las que uno, sin apenas
dar, recibe constantemente creyéndose kármicamente acreedor a ello, y
considerando a los demás por la misma razón obligados a la entrega, o bien
pensando que su aceptación es la oportunidad que le brinda al otro para
que se done y pueda crecer espiritualmente a la vez que le permite
equilibrar su karma o hacer más méritos; y en lo referente a su no entrega
al prójimo alegando las más variopintas excusas tales como que esa ayuda
concreta no procede por no haber sido sugerida por el Maestro, que es
contraproducente en esa ocasión apoyar al otro en los términos en los que
solicita, que es bueno que salga por sí mismo encarando su situación, que
es una pretensión egoica que no debe reforzar, que es consciente de que
para conseguir su favor se le está manipulando y no va a precipitarse en
la inconsciencia, que tiene otras ocupaciones más perentorias, etc. En
ocasiones, este ego rácano puede llegar a realizar voluntariamente un acto
aislado de donación de cierta importancia, tras el que se esconde alguna
pretensión, y tras la “heroicidad” retornar a su tónica habitual de
comportamiento, creyendo haber dado un gran paso en el desprendimiento y
entrega, sintiéndose más legitimado a seguir siendo un constante receptor
a cambio de lo que ha hecho, con lo que su gesto no ha sido otra cosa más
que una pura inversión.
Lo más habitual, entre los practicantes, hasta que se da un alto grado de
purificación es que nos movamos en el terreno de una entrega limitada a
los seres más próximos y a aquellos con los que tenemos una mayor afinidad
o sintonía, en el que el resto queda prácticamente excluido, y dentro de
este cerrado círculo de diminuto radio de acción lo que hacemos por los
demás, en el mejor de los casos, se circunscribe al terreno de las
obligaciones contraídas, en las que habitualmente tampoco damos la talla
requerida, y en el espacio de la liberalidad hacemos, en todo caso, lo
estrictamente indispensable para obtener a cambio aquello que demandamos o
precisamos de los demás, persiguiendo la máxima rentabilidad con la menor
inversión. Las justificaciones que buscamos a este nivel para nuestra no
donación no son, por lo general, tan burdas como las descritas, sino que
buscamos excusas de imposibilidades, dificultades surgidas,
contemporización de la ayuda que por azares acaba incumpliéndose, no
comprensión de las demandas o malentendidos, incorrecciones en la
solicitudes, otros compromisos, estado físico no óptimo, etc.
El egoísmo, el miedo, las resistencias, el ensimismamiento y el desviado
interés de búsqueda de nuestra propia felicidad, son auténticas cargas que
nos limitan a la hora de abrirnos y darnos a los demás, incluso en las
pequeñas cosas de la vida cotidiana. Quien más o quien menos hemos tenido
alguna constatación de que es en la entrega desinteresada a los demás
donde reside nuestra propia felicidad, y ésta es una de las enseñanzas más
básicas que recibimos del Maestro, pero la fuerza del inconsciente
pendiente de liberar continua arrastrándonos, y, salvo actos aislados,
proseguimos en similar actitud hasta que no se van liquidando en nosotros
los diversos contenidos egoicos que todavía nos esclavizan.
Si bien la comprensión del karma en toda su intrincada profundidad solo
está al alcance de los seres totalmente despiertos, no es menos cierto que
para quienes transitamos el sendero espiritual nos es suficiente con que
asimilemos que en el devenir del tiempo recibimos en cantidad y calidad
los frutos de todas y cada una de nuestras acciones. El karma se cumple
inexorablemente, pero de cara al futuro podemos ir modificando el signo
mayoritario del que tenemos contraído, de modo que si en la actualidad
tenemos un karma mayormente negativo, a base de cultivar más acciones
positivas que negativas podemos llegar a equilibrarlo e inclinar la
balanza positivamente. A la hora de evaluar kármicamente nuestra realidad
cotidiana en lo referente a nuestra entrega al prójimo, tanto material
como personal, no precisamos de elevados conocimientos matemáticos, nos es
suficiente con saber sumar y restar, es decir, tomar conciencia de cuánto
recibimos y de cuanto damos, eso sí, ajustando a la realidad los valores
que aplicamos a cada una de las variables, no sobrevalorando nuestras
acciones positivas y minusvalorando las ajenas. Otro aspecto a tener en
cuenta es el de la economía universal, de modo que si no generamos lo que
necesitamos, despilfarramos lo que obtenemos o retenemos más de lo que
precisamos en todos los órdenes de la vida, estamos sustrayendo de dicho
fondo unitario en detrimento ajeno, sea cuales fueren las vías por las que
nos veamos abastecidos, lo cual conlleva lógicamente un karma negativo, y
nos distancia de vivirnos en la plenitud que somos. Es frecuente que en lo
que se relaciona con el karma y la economía universal también nos
engañemos manipulando las enseñanzas recibidas a fin de acallar nuestra
posible mala conciencia y dar una buena imagen cara al exterior.
El ego ilusorio engañándose a sí mismo no es fácil de desenmascarar. A
veces, el Maestro puede alertarnos al respecto, en la medida que lo
podemos asumir, o bien favorecer situaciones en las que podamos verlo,
pero para que sea posible su integración nos ofrece su enseñanza de la
meditación, y en el caso concreto del Centro Karma Samten Ling la Maestra
nos sugiere que en la meditación permanezcamos atentos a todos los
contenidos físicos y mentales que aparezcan en nosotros en cada instante
para que sea posible que conectemos con la Atención lúcida Consciente, a
fin de que podamos verlo en profundidad tal cual es, y permitamos que se
exprese, y que con cada espiración soltemos todos sus contenidos para que
puedan disolverse en el espacio vacío de la Vacuidad Consciente, para que
de este modo, en la medida que vayan disolviéndose las diversas capas egoicas que nos atenazan, pueda en consecuencia ir floreciendo en nosotros
un amor cada vez más elevado y en mayor sintonía con nuestra auténtica
esencia de Amor consciente.
Como eficaz complemento de la meditación en la no forma, existe en el
budismo tibetano una meditación de la forma, que es la del Buda Chenrezy o
Buda de la Compasión, que, sin ser imprescindible para el Despertar,
propicia el crecimiento en el amor y compasión hacia todos los seres,
resultando muy provechosa para quienes sintonizamos con ella.
(Continuará en “La mejor inversión es el amor desinteresado a los demás (y
3)”).
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