LA MÍSTICA BUDISTA:
LA MÍSTICA DE LA VIDA COTIDIANA
Podría parecer un
contrasentido hablar de mística budista, o de mística cristiana o sufí…
porque la mística corresponde al espacio vivencial más profundo de la
realidad espiritual del ser humano, al que se accede tras haber
transcendido nuestras propias confesiones religiosas. La mística es el
amplísimo espacio donde nuestra esencia espiritual emerge como
manifestación de la ESENCIA con mayúsculas, como parte y reflejo del SER.
Podríamos decir, desde este punto de vista, que para vivir la mística
tenemos que matar a los dioses, budas o alás que hemos ido conformando a
través de los siglos, para poder arribar así al núcleo de sus corazones
desnudos, desprovistos de las caracterizaciones que les hemos ido
atribuyendo como consecuencia de nuestros condicionamientos sociales,
culturales y educativos. La mística, por tanto, es un espacio común,
cuando la experiencia espiritual es verdadera. La Mística es, por esta
razón, el único espacio realmente ecuménico donde se pueden encontrar, en
una comprensión mutua profunda, todas las experiencias y tradiciones
religiosas.
No obstante, aun siendo nuestra realidad espiritual última común, son
distintos los caminos que proponen las diversas tradiciones religiosas
para acceder a esa realidad. El sentido de las diferentes religiones es
poder ofrecer al ser humano buscador una vía de acceso hacia su identidad
profunda, adecuada a su modo de sentir y concebir el mundo según su
cultura y sus condicionamientos personales, sociales y educativos. Por
tanto, las religiones deberían adecuarse a los cambios culturales y
sociales en todo aquello que no daña la esencia de la experiencia
espiritual. Porque si es verdad que la esencia del ser humano es una y
única (consciencia, vacuidad, absoluto o divinidad), la expresión de esta
esencia en formas y ritos cambia en las distintas culturas y sociedades…
Las religiones deberían comprender al ser humano también en el espacio y
tiempo que le toca vivir, para poder adecuar sus mensajes y propuestas a
las circunstancias y condicionamientos de ese ser humano en su aquí y
ahora. Las religiones tendrán también que adecuar su visión del cosmos a
los descubrimientos consolidados de la ciencia, sin que esto deba suponer
la más mínima contradicción con la esencia que las religiones pretenden
mostrarnos. Las religiones, como la propia Vida, tendrán que ser
evolutivas y cambiantes desde una actitud de servicio al ser humano
buscador y con un sentido de instrumento para que éste pueda encontrarse a
sí mismo en su realidad espiritual profunda. La religión no es el fin o el
objetivo de nuestro caminar espiritual, sino una herramienta, muchas veces
extraordinariamente valiosa, que nos muestra un camino hacia nuestra
realidad profunda y nos ayuda a andarlo valiéndose de la experiencia
acumulada a través de los siglos. El hortelano que desea trabajar su
huerto elegirá la herramienta más adecuada a la labor que necesita
realizar. El hortelano despierto y con discernimiento no venerará la azada
que le permite trabajar la tierra con efectividad. La cuidará, aprenderá
su manejo más eficiente y la protegerá de su posible degradación, pero
venerará a la tierra, donde germinan las semillas que él siembra, porque
es la tierra quien le une al ciclo de la Vida y al cosmos entero.
Todos los ríos dan a la mar, que es una sola, aunque desde cada espacio
geográfico o cada cultura se la denomine de diferentes modos, y aunque
ella, la mar, adquiera características distintas según las condiciones
climáticas y geográficas de las zonas que baña. Siendo la cima del monte
una, siempre hay varias vías y modos de acceder a ella. Unos caminos son
más mansos y largos, otros más abruptos y rápidos. No todos los montañeros
pueden afrontar estos últimos, ni los primeros se adecúan al modo de
caminar de todos aquellos que pretender llegar a la cumbre.
Por ello, tiene mucho sentido hablar de los caminos de mística que nos
propone el budismo, netamente diferenciados de las propuestas que nos hace
el cristianismo u otras tradiciones religiosas.
Digamos primero que el budismo propone una posición agnóstica a quien se
adentra en la búsqueda de su identidad y de su realidad espiritual. Esta
posición implica que sólo tiene realmente validez lo que cada buscador
puede vivenciar y experimentar. Alejado de la creencia y de la fe, para el
budismo el camino espiritual es realización espiritual personal, es
actualización de las potencialidades que todos, por el hecho de ser seres
humanos, poseemos en nuestro interior. Todos los seres humanos somos
divinidad y somos Consciencia, somos budas. Estos aspectos de nuestra
esencia irán actualizándose en nosotros a medida que nuestra identidad
profunda vaya emergiendo, como consecuencia de nuestra realización
espiritual. No hay un dios salvador, no hay agentes externos que, por sí
solos, puedan ser determinantes en nuestro proceso espiritual, aunque
efectivamente puedan influir en él. El viaje espiritual que propone el
budismo es el viaje desde la ignorancia inconsciente hasta la Consciencia,
desde el individualismo hasta la compasión-amor solidarios con todos los
seres, desde la dualidad “yo frente a los demás” hasta las unidad y
unanimidad con todo el universo, donde sin perderse las características
individuales relativas del yo éste queda completamente transcendido en un
espacio donde todos los seres son esencias indiferenciadas de Consciencia
y Vacuidad, donde todos los seres son uno en la unanimidad de la
Consciencia Cósmica.
Es en este marco donde el budismo entiende el devenir espiritual del ser
humano, es en este contexto donde el budista accede a su experiencia
mística. Porque la mística es simplemente la vivencia-experiencia de
nuestra propia identidad profunda. Es la experiencia de la Vacuidad y de
la Consciencia de la que somos manifestación.
Evidentemente la experiencia mística tiene grados de vivencia hasta
profundidades sin límite, pero la experiencia mística, en mayor o menor
grado, es accesible a todos nosotros, porque en realidad sólo es la
experiencia profunda de nosotros mismos, el maravilloso hallazgo de
nuestra identidad última, allí donde sólo existe espacio sin límites, y
silencio, y claridad mental, y discernimiento y luminosidad, y compasión y
amor imparciales…
Debemos abandonar, por errónea, la idea que a veces tenemos de que la
expresión de la experiencia mística, es arrebato, paroxismo, conmoción,
enajenación, abandono, o alejamiento de la realidad que nos toca vivir.
¡No! La experiencia mística se manifiesta en quietud, gozo, ecuanimidad,
armonía con el fluir de la vida, en concordia con los acontecimientos
favorables y adversos que nos toca vivir, en la sana alegría de los
corazones expandidos. Todos nosotros podemos acceder a la experiencia
mística, porque la experiencia mística es el paulatino descubrimiento de
lo que en realidad somos, descubrimiento que necesariamente nos traerá el
reflejo de la Vacuidad y Consciencia que constituyen nuestra esencia. No
es fácil que la experiencia de Vacuidad y Consciencia plenas sea
permanente en nuestro vivir diario, pero nuestro camino espiritual está
jalonado de chispazos de despertar o chispazos de mística que nos traen
saltos evolutivos irreversibles.
Por ello, no concebimos otra manera de vivir la espiritualidad que en el
camino de la mística, que es ir dándonos cuenta de que no somos sino en
otra realidad superior, de que siendo en esta forma, en este cuerpo, en
este espacio y en este tiempo, somos manifestación de la no forma, del no
cuerpo, del espacio ilimitado y de la realidad atemporal que constituyen
la Vacuidad y la Consciencia.
Para el budismo la experiencia mística por excelencia es la vivencia de la
Vacuidad, que es espacio ilimitado desde donde todo surge. La Vacuidad
budista es creadora, inabarcable, insondable, inaprensible e inexpresable;
es la experiencia de la nada y del todo, de la plenitud, del dinamismo
inmóvil, del silencio sonoro, es la creación no creada. La Vacuidad
budista es Dios y así lo afirma el gran místico cristiano, el maestro
Eckhart, místico dominico alemán del siglo XIV, que refiriéndose a la
potencia del espíritu, lo que los budistas diríamos nuestra mente profunda
vacua, expresa: “Está libre de todo nombre y desnuda de toda forma,
totalmente vacía y libre, como vacío y libre es Dios en sí mismo”. Y
efectivamente, tal como expresa el maestro Eckhart ninguna diferencia hay
entre la Vacuidad budista y el Absoluto cristiano, entre el vacío y Dios,
porque el vacío de la divinidad es la trascendencia de las formas, del
espacio, del tiempo, es la no forma desde donde surgen todas las formas de este
mundo relativo en el que vivimos. Nuestra esencia, la esencia de la
divinidad, la esencia de la Consciencia, es vacía, por estar más allá de
tiempo y espacio, de nombre y características que nosotros le hemos
adjudicado a través de los siglos. Y es libre porque es vacía, porque es
una realidad que ha trasciendo todo espacio y tiempo y dependencia formal
alguna…
Y vacíos deberemos ser nosotros para recibir a la Consciencia, para
encontrarnos con nuestro ser espiritual profundo. Vacuidad para el budismo
es desapego de toda forma egóica, de todo anhelo perturbador. Para poder
acceder a la Vacuidad, para poder empezar a tener vivencias místicas
tendremos que limpiar primero todo nuestro inconsciente acumulado,
desbrozar nuestro camino interior, derruir y desescombrar nuestra vieja
casa de ignorancia e inconsciencia y quedar vacíos, vírgenes para que la
consciencia entre en nosotros por su propio poder. Citamos otra vez al
maestro Eckhart que afirma que: “Estar vacío de todo lo creado es tanto
como estar lleno de Dios”. Y nosotros budistas afirmamos que estar vacíos
de todo egoísmo, estar libre de todo apego, es tanto como estar
despiertos, es tanto como ser plenitud de Consciencia y Vacuidad.
Cabría ahora preguntarse por qué si la Consciencia-Vacuidad trasciende
toda forma, ella se manifiesta en este mundo en formas tan limitadas, en
espacios y tiempos concretos, en un cuerpo con unas necesidades que nos
condicionan tanto. A esto podríamos responder primero que las cosas son
como son. Y añadir que en realidad toda forma en este mundo relativo en el
que vivimos es manifestación de la no forma, es decir, de la Consciencia.
Y para el budismo esta realidad es tan patente que nos propone el acceso a
la no forma, a la Vacuidad, a través de las formas, de tal manera que
nuestra vivencia consciente del tiempo presente, es decir, del ahora, nos
transporta hasta nuestra esencia atemporal; la experiencia-presencia del
espacio físico en donde nos movemos, nos trasladará al espacio ilimitado
de la Consciencia; el sentir con plena conciencia los sonidos nos puede
llevar hasta el profundo silencio de donde todos ellos surgen; y a través
del diálogo con las células de nuestro propio cuerpo nos podremos
encontrar con nuestra realidad acorporal y vacua. Así pues es precisamente
la forma de todo cuanto existe en la realidad física limitada en que
vivimos la que nos permite acceder a la no forma ilimitada e infinita. En
realidad es la propia materia nuestra guía hacia la Vacuidad y hacia la
Consciencia, porque la materia es vacío, tal como parecen afirmar las
últimas investigaciones de la física cuántica.
Este es el camino de mística que nos presenta el budismo. El camino es
vivir con plena conciencia, con plena presencia nuestra realidad física y
material y espacio-temporal, para poder acceder así a nuestra realidad
espiritual. Sin hacer tierra no se puede acceder al cielo. Y sin haber
habitado en los infiernos… tampoco.
Vivir con plena presencia lo cotidiano es la llave que nos abre la puerta
de la sabiduría interior, es el acceso a los contínuos descubrimientos con
los que el camino espiritual nos sorprende. Vivir desde la presencia
requiere restaurar la conexión con nuestro interior tantas veces perdida,
vivir desde nuestro propio eje, sabiendo quiénes somos y no
identificándonos ni dejándonos arrastrar emocionalmente por todas las
circunstancias y pensamientos que nos acechan. En otras tradiciones
religiosas se le ha llamado recogimiento o retiro interior y en palabras
del maestro Eckhart: “El verdadero retiro significa que el espíritu
permanece tan inconmovible ante todo lo que le pasa, agrado o pena, honra
o vergüenza, como una ancha montaña permanece quieta dentro del viento”.
El gran instrumento que el budismo propone para integrar la actitud de
presencia en nuestro modo de vivir es la meditación, que en un nivel
profundo nos puede ofrecer auténticas experiencias místicas y que en su
estadio inicial nos enseña a mirar cuantos pensamientos pasan por nuestra
mente y sensaciones por nuestro cuerpo. Del mirar sistemático surge el
darse cuenta o un estado de conciencia básico y de ahí viene el comprender
profundamente cada una de nuestras actitudes, reacciones, automatismos,
emociones perturbadoras… La consecuencia directa del comprender
profundamente es la liquidación natural o autoliquidación de nuestro
cuerpo emocional acumulado, la limpieza o autolimpieza de nuestro
inconsciente. Cuanto más se limpia nuestro inconsciente más preparados
estamos para la experiencia interior, para la experiencia mística. La
meditación es, por esta razón, una herramienta fundamental en el camino de
la mística que el budismo nos propone.
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