EL ORGULLO VAJRA

 
Nada tiene que ver sentir el “orgullo vajra” con una actitud egóica. Tal sentimiento no surge de la comparación con otras personas que nos llevaría a concluir que nuestro grado de desarrollo o de evolución o la cuantía de méritos y cualidades acumuladas nos hacen mejores o superiores a los demás seres.
No es así. El orgullo vajra no se asienta en referencias exteriores. Es interior e íntimo. Tan íntimo y sutil que casi produce pudor hablar de él. Y a la vez tan patente y poderoso que constituye un modo directo, atrevido, y hasta podríamos decir insolente de vivir la espiritualidad.
El orgullo vajra es esa seguridad descarada que tenemos de estar en nuestro propio camino, en el lugar que nos corresponde y en el momento preciso. Es el orgullo de los seres indómitos que sólo reconocen como indiscutible la autoridad suprema de la Consciencia y la de aquellos maestros y maestras elegidos por la Consciencia para ejercer tal autoridad. El orgullo vajra es, a la vez, humilde: es el orgullo de los antiguos héroes que aprendieron a manejar su espada desde la humildad más despojada y que sólo la blandieron con una compasión sagrada.
El orgullo vajra es el de los que han sido pecadores, perros callejeros, almas perdidas errantes que un día vieron la luz y pudieron transformar tanto sufrimiento en el gozo luminoso e indestructible del diamante. Es el orgullo del guerrero que siempre mira de frente, que nunca vuelve la espalda, que ha sido forjado en los extensos desiertos de su dolorosa nada.
El orgullo vajra es el del filo del cuchillo, finísimo encuentro de sus dos caras, tan sutil, tan refinado, tan limpio y definitivo que acaricia cuando saja.
Es el orgullo del linaje de seres soberanos, de voluntad inquebrantable, irreversiblemente entregados a la Consciencia, que se saben poderosos porque no poseen nada.