Volvamos a casa


Las carencias afectivas y económicas marcaron el entorno vital de mis progenitores, dejando inevitablemente su impronta en el DNA de mis células y perpetuando de este modo el karma familiar. La respuesta aprendida en mi infancia y juventud para salir de dicho sufrimiento siempre fue el esfuerzo, la tensión, la competición sobre todo conmigo misma y la lucha contra las injusticias de toda índole. Sin embargo nunca sentí que había dado la talla en ninguna de ellas a pesar de mis intentos, engordando de este modo el cada vez más pesado saco de mis penas.

En este contexto personal para mi fue impactante escuchar una enseñanza de mi Maestra que revelaba que “recibe más quien más tiene, siempre y cuando no lo haya obtenido haciendo daño o abusando de los demás, pues todo es el fruto kármico de nuestras acciones pasadas, de modo que si en el pasado realizamos acciones positivas nuestro presente kármico será positivo y viceversa”. Y explicó que “el karma es implacable, esto es, se cumple siempre, pero que puede ser modificable, de manera que si en el presente sembramos semillas positivas tendremos un futuro kármico mucho más positivo, o al revés, si nos empeñamos en actuar negativamente, en el futuro recogeremos frutos kármicos inevitablemente negativos”.

He de confesar que me costó digerir esta enseñanza, pues uno de mis discursos estrella era la lucha de clases, la distribución de la riqueza y la igualdad social. En mi miope visión egoica que no ve más allá de lo inmediato no podía entender que recibiera mucho quien ya lo tiene todo. La interpretación de la realidad distorsionada por la envidia de mi cuerpo emocional acumulado, disfrazada de proclama reivindicativa, era incapaz de asimilar la ecuanimidad de la enseñanza sentenciando como injusta lo que no es sino la gran ley de causa y efecto de la justicia universal.

He escuchado ya varias veces esta enseñanza observando en la meditación cómo el ego, amorosamente vapuleado se revuelve, se retuerce, sufre. Y gratamente compruebo cómo poco a poco, acogido sin reproches una y otra vez por el cálido ir y venir de la respiración abdominal se va calmando, se posa. Impregnada como estoy, como estamos todos los meditantes de Karma SamtenLing, de la magnífica energía de la Presencia Consciencia que emana de la Maestra Antxoni Olloquiegui, la atención cotidiana ordinaria se transforma en una Atención extraordinaria, Lúcida y Consciente, en cuya conexión el ego desaparece y sucede la comprensión y la aceptación de las cosas tal como son.

La Maestra además concluye dicha enseñanza haciendo especial hincapié en que “tanto la carencia como la abundancia son estados mentales”. A lo largo de mi vida he loado a personas capaces de ser felices viviendo en condiciones penosas y he denostado a las que se quejan desde sus palacios de cristal. He intentado seguir el primer modelo y eludir el segundo… sin conseguirlo, y me he repudiado al constatar lo que desde el ego calificaba como mi secreto fraude existencial. Sin embargo, desde la práctica meditativa me he dado cuenta de que identificada con el ego como estaba era imposible entender nada, pues no se puede pretender colmar la angustiosa desconexión con nuestro interior, desde el exterior.

Antxoni insiste en la importancia de dar, pero más aún en la importancia de darse. Y explica que es el primer paso para empezar a recibir y recibir sin parar. Al escucharla observo a mi ego carente haciendo cuentas para ponerlo en práctica dentro de los límites del bienestar personal o del prestigio social. Pero claro, de eso no va la entrega incondicional.

Tengo experiencia de instantes genuinos, con gran percepción de la Presencia Consciencia en los que la entrega sucede de modo tan natural…, sin pretensiones, sin fatiga, sin más... Tras ellos siempre queda una estela de amplitud, de mayor espacio vital.

Por supuesto están los otros, los que realizo sin conciencia. Suelen ser burdos, funcionariales, con horarios de oficina, tasas más o menos explícitas y sin hoja de reclamaciones.

Pero quisiera destacar en especial esos preciosos momentos de noche oscura, en los que desde mi corazón doliente y demandante solo puedo compartir el anhelo de darme. Pues es en dichos momentos esteparios en los que todo cae, cuando esa semilla anhelante puede florecer en mi corazón aún sangrante. Y así, cuando me dispongo a dar de lo que nada tengo sucede el milagro y un imponente torrente de amor me embarga y me cura de todo, y siento las palabras de Antxoni como carne de mi propia carne, dentro, muy dentro, cada vez más y más adentro. Y soy amor, soy certeza y soy gratitud, que ahora sí, Ahora, Aquí y Ahora, no puedo dejar de compartir.

Y para terminar me gustaría relatar este hermoso sueño, pues a veces los sueños nocturnos pueden ser un reflejo de nuestra verdadera realidad.

Atrapada en el tránsito hacia la otra orilla, un mar de emociones perturbadoras me atenazaba. Desorientada, te pregunto hacia donde debo ir para alcanzarla. – Hacia allí - me indicas. Y emprendes tu viaje. Y yo te sigo y emprendo el mío.

Con la determinación como bandera me dispongo a nadar contracorriente con todas mis fuerzas, cueste lo que cueste, la que ante mi mirada aparecía como extraordinariamente larga y complicada travesía.

Cierro los ojos y me abandono, sumergida en la calma de las aguas profundas, en la respiración serena que acompasa mis brazadas amplias una vez, dos veces y… y ya está. He llegado, estoy en casa. Sin luchas, sin esfuerzos, con la emoción de descubrir lo sublime en lo más simple.

Y lo comparto contigo y con todos los demás pues todos hemos llegado, todos estamos y todos somos, viviendo la belleza, la grandeza de este instante, de este Eterno Instante.

                                           OM MANI PEME HUNG