EN UN RETIRO
Comienzo el retiro con mar gruesa. Días antes el maestro me sacude de mi
adormidera. Bastan cinco minutos de su fuerza para que todo se ponga patas
arriba.
Entiendo el procedimiento y lo acepto, intentando estar con el corazón
abierto a la avalancha de bendiciones que acompañan a palabras
aparentemente duras, pero diestras en el arte de hacer consciente lo
inconsciente, de abrir heridas cerradas en falso para que puedan tener de
una vez una definitiva sanación.
Miro el encuentro; intento impregnarme de la energía que se transmite para
evitar que las pataletas interiores desaprovechen estas ocasiones, siempre
excepcionales.
Sigo mirando y veo la tempestad de emociones desatada. Empieza la fiesta
de culpas, réplicas y contrarréplicas que llevo como puedo; la verdad es
que con bastante poca distancia.
Comienzo el retiro, pues, con la mente hecha un koan. No hay argumentos
sólidos para sustentar nada de lo que aparece; hay momentos de chácharas
tan absurdas en los que pienso que no está tan lejos la línea de la
locura.
Irremediablemente todo ello me empuja a conectar con lo único que
permanece fuera de las razones, de las emociones, de los pensamientos….
Sí; me refiero a la Presencia.
Veo a la mente loca, pero a la vez percibo la Presencia.
Tengo el cuerpo completamente contraído, pero sigo percibiendo la
Presencia.
Surgen fuerzas inconscientes que impotentes, de pura rabia, pretenden
arrasar con lo que haya de hermoso en la vida; tanto en la mía como en la
de los asombrados inocentes hacia los que se canaliza. Pero a la vez, sigo
percibiendo la Presencia.
Soy incapaz de contar hasta tres respiraciones sin que me distraiga en mil
y un entramados egoicos. Pero en cuanto vuelvo, sigo percibiendo la
Presencia.
La Presencia, cada vez más presente, que me regala momentos de
experiencias gozosas y me permite mantener distancia en los otros
momentos; en los de jauría mental.
A lo largo de los días resultó especial, por lo lúcido, un instante que
sucedió en una de tantas vueltas de mi círculo cerrado mental; con
tensiones acumuladas que el ego afanaba en convertir en enfermedades
crónicas. Pude ver con claridad el sustento del ego en creaciones mentales
que no tienen absolutamente ninguna base real. La comprensión intelectual
ya estaba antes; pero hasta ese momento no se había producido la
comprensión vital.
La mente se aligera y se refresca, y el corazón se abre bajo la cálida
presión de la Presencia. Sin dudas. Con total abandono a su acción
amorosa.
Surge entonces un agradecimiento muy sincero hacia la Meastra. Difícil de
trasmitir con las palabras, que siempre se me antojan escasas…
Me preguntas qué quiero hacer realmente con mi vida. Tengo muy clara la
respuesta. Quiero seguir participando; y participar hasta el final, en tu
noble juego: EL JUEGO DEL DESPERTAR.
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