Caminando
hacia la luz
Canta la tarde de
junio entre aromas de primavera y la oscura luz gris del cielo cargado por
la tormenta.
Cantan los pájaros y los colores deslumbrantes del verde de prados,
arbustos y árboles. Es difícil recordar la nieve y el frío del invierno,
pero está ahí, aposentada en el fondo de la galería secreta del alma. Cuando vuelve lo impregna todo como un manto antiguo, el viejo manto del
temor a la vida, reflejado en un espejo deformante que te hace pequeña,
torpe, desvalida... y viene cualquier “coco” que quiere comerte, o llevarte
lejos de tu pequeñísimo nido a un lugar donde muchos rostros crueles se
burlarán de ti, o te corearán canciones de humillación y desprecio.
Quisieras encontrar un refugio seguro, un refugio secreto y santo,
donde, desde lejos, mirar el mundo, ver el dolor ajeno y tratar de
calmarlo pero con mucho espacio para la retirada, para ti y tu ser. Ahí
está esperando cada día, cada instante, esta conexión con lo sagrado, con
tu templo interior, donde vives intensamente la plenitud de ser y donde
las sombras de los sueños soñados proyectan sus luces falaces, y puedes
verlas con el corazón asustado, a veces, en el temblor interior del
desasosiego del “no puedo”, “no sabré”, “está muy alto”. Y ves ese viejo
dolor contrayéndote, nublándote la mente y atenazándote la garganta que
contiene la tristeza carente, densa como piedra oscura.
Todo esto se expresa porque la vida y la Consciencia no dan tregua y tras
un reto viene otro y todos son ajustados a nuestras fuerzas, que al
empezar creemos pequeñas para los escenarios que nuestra fantasía crea,
escenarios proyectados en muchas variantes de fracaso o de éxito
maravilloso al que no creo poder acceder desde mi limitado estado
presente. Pobre mente especulante, soñando sueños que ya no existen,
apegada a viejos modelos de sufrimiento y frustración.
Como un mago de cuento encanta con sus sortilegios y nada es lo que era;
hace danzar los objetos, detiene lo que avanza, empuja lo que está inerte
y lo hace latir, así la vieja mente con sus mañas encanta y aturde, y
cubre con un velo de opacidad y tristeza el paisaje interior. La luz de la
vida se ha escapado como un atardecer de invierno, demasiado pronto han
caído las tinieblas y el frío en este valle del sueño soñado.
Vivimos el sueño del sufrimiento y a sufrir que son cuatro días,. El ego se
da muchas razones para justificar su infortunio, para ser más víctima que
nadie de una adversidad que le persigue a él o a ella, nadie sabe por qué,
con tanta saña, una prueba después de otra, sin tregua. “Si no ocurriera
esto, o si no ocurriera aquello, con lo bien que yo estaría ahora si…” y
así, suma y sigue sufriendo…
Ráfagas de todo esto vienen y muchas veces, si no estoy atenta se quedan
en mi conciencia dormida, ahogándome con sus mentiras, contrayendo mi
cuerpo y mi espíritu, pero, vienen y van porque algo dentro de mí, me
despierta como a Lázaro en el fondo, con su sudario blanco, algo grande
que le dice: “levántate y anda”, sal de este embrujo, suelta este viejo
apego y míralo como el sueño que es. Respirar con el abdomen y expulsar.
Solo la frescura del aire entrando y saliendo, las percepciones del
cuerpo, las emociones negativas que se van diluyendo como humo en la nada
que son, y la paz de la Presencia que lo invade todo, con su lucidez, la
paz que se expresa en vibración de las células. Ya despertaste a tu
esencia, a tu ser real por un tiempo hasta que la inconsciencia vuelve y
te olvidas y te vas. Pero la luminosa armonía del presente siempre
retorna, comprobando que la Consciencia actúa siempre, que está ahí para
despertarnos, para ponernos los medios, para que actualicemos lo que está
pendiente, para que veamos el paisaje en que nos mecemos como si fuera
real y no lo es. Ella vuelve siempre, siempre está ahí expresándose en
formas diversas, algunas de las cuales pueden no gustarnos o resultarnos
incómodas o dolorosas, cayendo, levantándonos y así vamos caminando hacia
dentro, hacia la luz.
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