No te
enteras de nada
Como una simple
piedrecilla agita las plácidas aguas de una charca, así estas palabras “no
te enteras de nada” pronunciadas por la Maestra Antxoni, en relación al
Camino Espiritual, acompañadas de la adecuada gestualidad, removieron las
profundidades de mi cuerpo emocional siempre dispuesto a irrumpir de
manera estentórea y melodramática.
Rápido e imparable un sentimiento de frustración se adueñó de mi interior,
hasta ese momento en paz y tranquilo, comprimiendo el pecho y congelando
el corazón como en tantas ocasiones había sucedido en mi vida por tantas y tantas
decepciones de tantos tipos. Sentirlo o no, escapaba a mi voluntad, no era
una opción disponible.
De haber estado presente, atento, consciente, nada de lo que describo a
continuación habría ocurrido, pero no fue el caso.
El sentir original devino en un rosario de pensamientos emocionados o
emociones pensadas y donde la Atención lúcida Consciente hubiera podido
observar el fenómeno sin identificarse con él, hasta su disolución, fue un
ego afectado e implicado el que tomó el mando, reaccionando a la frase
escuchada y a las posteriores elaboraciones mentales.
Así como una minúscula chispa incendia velozmente todo un extenso y reseco
bosque en un caluroso verano, el sentimiento de dolor y la frustración
desataron un movimiento discursivo egoico que se fue retroalimentando a
modo de bola de nieve pero no precisamente de color blanco.
Perdida la perspectiva, el ego y yo, yo y el ego éramos el mismo sujeto y
protagonistas únicos y principales de una tragedia en la que nos
enfundábamos diversos trajes que nos encajaban como un guante, cada uno
con su texto bien aprendido y perfectamente declamado, fruto de años y
años de exhaustivos ensayos.
Así la obra evolucionaba desde la queja victimista: “yo lo intento, hago
todo lo que puedo”, a la triste careta depresiva: “después de tanto tiempo
esto” nunca seré capaz de entender nada”, incluso con efectos especiales
como la imagen de una lápida donde se inscribe para la posteridad la
leyenda: “aquí descansa alguien que nunca llegó a entender nada de nada”,
a los apretados morros del enfado y la ira: “pues si no entiendo nada vas
y me lo explicas”, a la deserción orgullosa : “pues no entiendo y a mi
qué? Y adiós muy buenas.
En fin sería prolijo reflejar la caterva de monólogos, diálogos sin fin
que se sucedían, en circuito cerrado que no hacían sino acrecentar el
dolor y la frustración sufrientes, oscureciendo el espacio interior en
caída libre a los infiernos mentales.
Como en otras ocasiones, el patetismo de la representación es tan
exagerado que una lucecita de cordura me llevó a parar, sentarme y
respirar. Puede que no entienda nada de nada pero lo que tengo por cierto
es que la Presencia es lo único cien por cien verdadero en mi vida. Y tal
como lo digo, la Presencia se expresó amorosa y compasiva.
Instantáneamente, de la ofuscación y focalización en el discurso mental
oscuro y obsesivo, paso a recuperarme en una atención distinta y distante
de todo el fenómeno.
Durante unos instantes la Presencia coexiste con el desvarío de la mente
sin ser afectada por él, intocable e inmaculada. La atención se vuelve
lúcida y desde esa lucidez toda la oscuridad dolorosa y resentida
desaparece en un instante como lo hace en una habitación sin ventanas a la
que un solo clik ilumina.
Es volver a la vida. El pecho se ensancha y se expresa una gran compasión
también hacia ese ego infantil que se había expresado. Y si bien todo lo
vivido me refuerza en la necesidad de practicar la atención en el día a
día tales propósitos se manifiestan desde la paz carente de acritud o
juicios negativos.
La gratitud ocupa el espacio antes invadido por el dolor resentido egoico.
Cada respiración comporta una nueva oportunidad de vivir.
La Presencia es lo único capaz de integrar y disolver lo que está
pendiente en el cuerpo emocional.
¡Créeme!. Lo hace. Gracias a la Maestra por todo lo que nos ayuda en el
Camino del Despertar.
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