INTEGRACIÓN
DE LOS OPUESTOS
Como habitantes de esta diminuta aldea en el
cosmos participamos colectivamente de un modo de realidad que percibimos
bajo una forma polar: la buenaventura alterna su bien recibida presencia
con la denostada desgracia sin que acertemos a conciliar ambos extremos
de esta inapelable danza de los fenómenos que opera al margen de nuestra
voluntad.
La vida como tahúr de malas calles hace bailar sus cartas ante nuestra
mirada, que se pretende atenta, ocultando la bolita de la felicidad justo
ahí donde no alcanzamos a verla.
Como especie entre las especies que giramos junto con nuestro planeta
sediento de sol, hemos sido dotados de un bagaje extraordinario de
cualidades: inteligencia, imaginación y sobre todo autoconciencia, la
capacidad de darnos cuenta, no solo de algo, sino también de nosotros mismos...
Haciendo balance del suspiro temporal que, a día de hoy, es nuestro
devenir como seres humanos, cabría decir que las cuentas no nos cuadran
del todo.
Ciertamente que hemos elaborado y acumulado un enorme bagaje intelectual
de orden científico, tecnológico y filosófico de amplia repercusión en
todos los ámbitos de la vida sobre el planeta, y que el desarrollo
de la imaginación creadora ha propiciado el amanecer de exquisitas formas
estéticas en una gran variedad de artes.
Pero no es menos cierto, que todas estas cualidades han sido puestas con
excesiva frecuencia al servicio del abuso, la destrucción y la alienación
en una especie de febril ejercicio de autoaniquilación que nos ha dejado
no pocos monumentos al oprobio, la humillación y la vergüenza.
Convidados de excepción a una celebración de luces desbordantes de
colorido, las negras sombras del oscuro inconsciente de la naturaleza
humana con sus pasiones destructivas se aferran a nuestros talones
entrometiéndose en todos nuestros afanes alejando la felicidad hacia los
remotos e ilusorios confines de la quimera.
Paradoja de la paradoja, la inteligencia, la imaginación, son incapaces de
dar respuesta al reto que nos impone la omnipresente fractura entre
nuestros deseos de plenitud y la ambivalente alternancia de los opuestos
placer-dolor, alegría-tristeza. Más aún, socavadas por la dualidad, mudan
su función de libertadoras por la de carceleras de toda aspiración a la
felicidad presa de las cadenas conceptuales que se auto reproducen sin
solución de continuidad.
¡Qué fiasco! ¡Qué decepción! La dolorosa conciencia del sin sentido.
Escepticismo, evasión, fanatismos, o simplemente el olvido son algunas de
las posturas que adoptamos para ir tirando.
Frente por frente, juguemos a lo que juguemos el horizonte ineludible de
la decadencia y la asfixiada mueca de la muerte.
¿Y si el problema no reside en la naturaleza polar de la realidad? ¿y si
la aspiración a la felicidad no es en absoluto un tic, una manía
recurrente en nuestra especie, y todo nuestro dolor y sufrimiento es una
cuestión de defectuosa visión?
De la perspectiva de la limitación a la limitación en la perspectiva.
Llegados aquí se requiere humildad y distancia. Humildad para reconocernos
inteligentes pero no por ello sabios, para empezar a comprender que
precisamente la falta de sabiduría es la causa de nuestra infelicidad.
Oímos que sabio es quien se conoce a sí mismo, pero no escuchamos con
claridad confundiendo a este sí mismo con su pálida y deformada sombra que
es el ego.
Humildad para reconocernos ignorantes y dispuestos a comenzar un viaje
hacia la hondura de nuestro interior, espacio íntimo e inexplorado. Viaje
que es retorno a casa, el alumbramiento de un nuevo ser o lo que es lo
mismo a volver a ser de nuevo.
Distancia para romper el culto al pensamiento y abrir la mente al
silencio.
Viaje cuyo paisaje no está ni más acá ni más allá de nuestro propio cuerpo
silencioso en el Ahora.
Aferrados al ancla de la respiración, afilando la observación atenta a
todos los fenómenos cambiantes instante a instante comenzamos el solitario
viaje meditativo al interior de nuestra propia mente.
En el camino frutos jugosos como espacios de pacificación mental y
serenidad cada vez más prolongados asomando entre los alocados estrépitos
de la mente dispersa e incansablemente dialogante.
También áridos reencuentros con los restos aún no disueltos de nuestro
cuerpo emocional contrahecho y resentido.
La propia determinación, la confianza y el apoyo del amigo espiritual nos
rehabilitan de la desesperanza o de la pereza y paso a paso, nos
establecemos en una actitud bien dispuesta, menos identificada, capaz de
recoger en un amoroso abrazo las luces y las sombras.
La hondura del nuestro Ser Real va recobrando el lugar que le es propio y
la casa interior se apresta a recibir la espiritual visita de la
Presencia-Consciencia. Su sola proximidad, un breve destello de su fulgor
trastoca la conciencia dual y la experiencia meditativa traspasa el umbral
de la intuición para devenir certeza y referencia inolvidable de lo
Absoluto profundo. Ya solo queda abrirse a su acción espontánea. La
Presencia actúa por su propio poder y se manifiesta allí donde el corazón
del meditante se abre a recibirla.
La integración de los opuestos ya no queda en una feliz ocurrencia
conceptual, sino que se vive en el cuerpo-experiencia.
En tanto esta vivencia se estabiliza, el meditante transita entre su Ser
real Consciente y los páramos de la inconsciencia neurótica. Lejos de
rechazar esta situación o de culpabilizarse por ello la convierte en
materia y energía a disposición de su trabajo meditativo.
Liberado más y más del oscuro paraguas del ego las lluvias de bendiciones
de la Presencia-Consciencia preparan la acogedora placenta donde se gesta
el nuevo ser humano autotrascendido.
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