Pequeña fábula de Nadine, la niña viajera

Nadine nació en una parte cualquiera del mundo. Cuando despertó oyó voces que le dijeron muchas cosas: “Nadine es linda, Nadine es buena, Nadine es algo lenta, Nadine no parece muy lista, Nadine no sabe, no puede, Nadine debes, guarda, entrega... Ella lo creyó porque todo se envolvía en el único amor que conocía, un pseudo amor condicionado a que fuera o no fuera como se le pedía. Como el alimento que le nutría incorporó estas ideas a su cuerpo y a su aire.

Caminaba lo que le permitían las capas de ideas sobre sí misma que había ido acumulando, lenta larva con pies diminutos. Se soñó y vivió como pobre, desvalida, sensible, delicada, malvada, viciosa, generosa, madre, amiga, amante, profesional valiosa o mediocre. Caleidoscopio cambiante de casi todas las emociones, pasiones, sentimientos. Se creyó ser este complejo caparazón de durezas, limitaciones, cortapisas, sueños irreales, cristalizadas formas de la hermosura que fue un día.

Nadine respiraba como podía con todo aquello sobre su cuerpo de luz aprisionada. Sufría porque su ala de mariposa no podía volar. Todas las quimeras eran un cuerpo de barro, que la luz pura del sol quebró, aquel sol tenía el rostro del maestro y guía. La crisálida rompió sus paredes, se alzó libre por el basto cielo, luz imperecedera que habitaba en su corazón.

Ella vio su ser y ya libre y despierta pudo mirar el complejo cascarón y entrar y salir de él, reír gozosa, mudar ligera con el aire cambiante, libre ya de prisiones; se vio lejos, se vio morir y volver a nacer, pero ya despierta, viajera de muchas vidas, en las que era pájaro o fiera o se llamaría cualquier nombre Eva o Valentina o gigante en una cueva o gnomo misterioso. Lo que veía ahora era, en esta Nadine, una niña que tira piedras, guijarros en el agua, haciendo ondas perfumadas de azul laspislázuli, o sueña con nubes de bella espuma blanca, que se ha vivido sufriente, a veces dichosa. Pero ya sabe que todos los nombres, que fue y será son un sueño, un juego, que despertar no es morir sino vivir imperecederamente en lo incondicionado, diamante que guarda en sus irisaciones el universo entero.