e acerca Elena. Le veo preocupada, triste. ¿Puedo hablar
contigo? Claro, le contesto. Si quieres, ahora mismo. Entramos en mi despacho.
Nos sentamos una a frente a la otra, la mesa como frontera.
De momento, calla. Diez años trabajando juntas y es la primera
vez que hablamos con cierta intimidad. Años de envidias y recelos
mutuos.
- Ana, dice, mi marido lleva tiempo en paro y ha cambiado. Entre el y
yo ya no... y vuelve a callar al tiempo que levanta la vista y la detiene,
como perdida, en ese resquicio donde uno ve pasar toda su vida. Repentinamente
me mira. Ana, ¡no puedo más! y comienza a sollozar con amargura.
Me levanto con ademán de abrazarla y se deja. Perdóname
Ana por todos estos años. No te soportaba. Me parecías fría,
distante e intolerante. Ahora estás distinta, y siento haberme
equivocado tanto contigo.
- No importa, Elena, eso ya pasó.
- Eras todo lo que yo deseaba ser y nunca podría alcanzar.
- Si supieras, Elena, lo infeliz que era. Nos miramos a los ojos con franqueza
y sin mediar palabra nos echamos a reír como dos colegialas alocadas.
Se
seca las lágrimas y se ahueca un poco el pelo. Gracias por todo,
Ana dice y se dirige hacia la puerta, pero, justo antes de salir, se vuelve.
Casi lo olvido, esta mañana ha llegado un paquete a tu nombre.
Lo he dejado en tu taquilla.