EL
REFLEJO
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Está
amaneciendo, me tengo que mover, no puedo permanecer mucho
más tiempo entre los arbustos que me han guarecido
esta noche.
Otra
vez esa sensación de entumecimiento y agarrotamiento
que me acompaña tras cada despertar. ¿Desde
cuando...?, ni sé..... Si al menos pudiera desplegar
mis alas y sentir el aire fresco en mi plumaje.
Lo
soñé o es un recuerdo lejano que en otro tiempo
planeaba sobre el valle y no vivía agazapada, temblando
ante cada ruido. Pero son tantos años arrastrándome
por el suelo con mis alas muertas.
Bueno, tengo que darme prisa, he de llegar hasta el arroyo
antes de que el bosque recobre el bullicio matutino, o no
tendré oportunidad de tomar agua fresca hasta el
anochecer.
Siempre
que paso ante el Pico del Buitre me estremezco. Allí
fue donde lo intente la última vez, de aquello hace
más de cinco años. Cuando salte consumiendo
la poca valentía que me quedaba, ni tan siquiera
sé si llegué a batir mis alas, solo recuerdo
el vértigo de la caída y el despertar magullada
entre las hierbas.
Y
el tiempo va transcurriendo y yo sigo apegada a este suelo
polvoriento.
¡Cuidado!
un erizo, me esconderé hasta que el río quede
desierto. Que suerte poder disfrutar con esa sencillez,
de ese modo, saborear el sol tranquilamente, mosdisquear
la manzana que te encuentras al paso... . No parece peligroso,
me acercare a beber.
Me está mirando detenidamente, quizás se vaya
abalanzar sobre mí para devorarme. ¡Que tontería
los erizos no comen aves!.
¿Estás
triste paloma?, ¿triste?, si, quizás lo podemos
llamar así. Y ¿Por qué?, por repuesta
le muestro mis alas, pero no parece entender así
que me limito a granar, porque no puedo volar.
¡Volar!
y ¿para qué quieres volar?. Yo no necesito
volar, con mis fuertes púas y mis gruesas patas yo...
. El erizo sigue hablando, pero ya no le oigo, sus palabras
se pierden entre el ruido del agua.
Al
cabo de un rato estoy sola, siempre sola. Una sombra comienza
a dibujarse en las aguas. Miro a mí alrededor, pero
es demasiado tarde, no hay ningún rincón cercano
donde ocultarme. No respiro, me encojo, quiero desaparecer.
Al cabo de un instante oigo un beber copioso a mi lado.
Me atrevo a mirar y junto a mi un hermoso alce sacia su
sed, levanta la cabeza y me observa. Yo si quisiera volar
buscaría un maestro del vuelo.
Pero
¿dónde? me pregunto machaconamente, ¿dónde?,
¿dónde?. Y llega la repuesta a esa pregunta
muda. En el horizonte, brama mientras sale corriendo sigilosamente
hacia la espesura del bosque.
En
el horizonte, en esa raya luminosa donde se mueven las aves
voladoras. ¿Quién se acuerda del horizonte?.
Tanto
tiempo, atada a la tierra, envuelta en su polvo, escudriñando
peligros imaginarios, acorralada por el miedo que me impide
levantar la cabeza y mirar limpiamente al cielo.
Alzo
mi cansino cuello, y mis ojos dan con esa mirada,
con el océano inmenso de la nada.
Allí sobre una rama, esa mirada, esa golondrina,
abre sus alas, acaricia el aire.
Y se posa sobre una caña que flota en las aguas del
arroyo,
junto a mí.
No hay palabras, no hay aliento.
Mi pecho arde, un único latido,
el suyo, el mío, el universo.
Sus alas me invitan a despegar junto a ella,
planea sobre mi cabeza... .
Me sumerjo en el espacio.
No hay tiempo, no hay nada que decidir.
Solo dejarme mecer.
Mis alas se despliegan,
guiada, ¡llevada por ella!
Estoy aleteando.
¡No! ¡Estoy volando!
Allá abajo en las aguas
un reflejo dorado.
Firmado:
El
gorrión y una paloma
Este
cuento recoge el reflejo.
El reflejo de una madre en el cuento de su hijo.
Un cuento narrado en lenguaje infantil,
expresado y moldeado por el pico de una paloma.
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