CUENTO DE JULITO


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En una ciudad como tantas vivía Julio, Julito para los amigos, un hombre común y corriente que en su casi invisibilidad destacaba en el arte de no destacar.

Al igual que sus conciudadanos Julito tenía una sombra que le seguía muy de cerca fuera donde fuera. Tantos años de proximidad lejos de suponer costumbre e indiferencia, habían hecho brotar en él una extraordinaria devoción por su sombra que ella consentía e incluso correspondía de buen grado y sin fisuras, encarnando (o tal vez ensombrando)un modelo perfecto de fidelidad.

Esta querencia mutua creció y creció hasta tal punto, que no era posible para Julito, sentir o experimentar algo que ella no hubiera sentido o experimentado previamente.

Así, mientras bebía una copa de licor de los de a mucho la botella, miraba de reojo como su sombra daba cuenta de ella, y la cálida sensación del licor viajaba de su boca por el pecho hasta estallar en su estómago en un instante de placer casi lujurioso, que sólo entonces él podía degustar.

Y que decir cuando su sombra se enamoró de Mercedes, su esposa, o cuando Andresito le hizo padre... En fin, su vida no era sino la viva sombra de su sombra.

Un aciago día, cuando estaba de compras en un abarrotado hipermercado Julito se dio cuenta de que su sombra no estaba a su lado. Se había perdido entre la multitud o simplemente se había marchado harta de acompañarlo.

Nunca se llegó a saber a ciencia cierta si fue lo uno o lo otro, pero las consecuencias fueron en cualquier caso devastadoras.
En un principio, Julito no se resignó y la buscó con ahínco, preguntó, denunció, se rebeló y desesperó por lo inútil de todos sus esfuerzos.

Derrotado, anonadado pasó muchos días y muchas noches sin poder asumir lo sucedido. Aún y así intentó seguir la vida como si nada hubiese ocurrido, e incluso, se inició en actividades insospechadas en él como el esquí o los bailes de salón hasta que el eludido rumor de su tristeza estalló en una tormenta de angustioso dolor y no le quedó más remedio que afrontar su lamentable realidad.

                                                                                

El sabor no le sabía, la alegría no le contentaba, Mercedes ya no movía su corazón, y Andresito era un extraño que ni fu ni fa. Levantarse por la mañana ¿para qué?

Anestesiado como un zombi pero con la lucidez suficiente para comprender en que se había convertido su vida fue tirando hasta que un día su motor se paró.

Y no lo pudo hacer ni en peor momento ni lugar.

En la avenida principal, a hora punta, en medio de un paso de cebra quedó parado Julito que ni para adelante ni para atrás, incapaz de mover un músculo sin sombra a quien imitar.
Lo acaecido a continuación no es difícil de imaginar.

Atasco monumental, interminable oruga de autocares, coches y taxis claxoneando con incontenible e histérica furia. Conductores inspirados regalando los oídos con su más exquisita prosa basura y hasta un mocoso en bicicleta que pasó quemando el timbre mientras le gritaba: ¿Ey abuelo, muchos carajillos, eh?
¡Que desastre, además de muerto Julito se sintió viejo!

En estas , un guardia municipal que resultó ser Miguelito el de la peluquera se le acercó resoplando con gestos destartalados y furiosos haciendo, de tanto en tanto, cantar su silbato a ritmo de un son seudolatino desconocido, y a distancia de media nariz le gritó: ...pero, pero, salga de ahí destalentado, que me está fundiendo el biorritmo circulatorio o algo parecido.

Julito, entre tanto, que sólo acierta a mirar con cara de angustia infinita, y el de la autoridad que comprende que a su hombre obstáculo le ocurre realmente algo serio. Y con buen corazón de hijo de peluquera le da unas cariñosas palmadas y con ternura le aparta de la vía, mientras le susurra al oído: tranquilo, tranquilo, voy a pedir rápidamente ayuda mientras piensa para sí- pobrecillo este tipo ha perdido su sombra..

Entre tanto la oruga se despereza y en su movimiento se lleva las miradas de avispa, las malas palabras y los nervios que van a desembocar en un horizonte de asfalto difuminado e impreciso, mientras Miguelito el de la peluquera llama por su teléfono móvil negro gratuito para empleados, al servicio municipal de acogida para hombres sin sombra que -de acuerdo ahora mismo vamos- se presentan en una, dos y tres con una furgoneta destartalada que recoge al pobre Julito y lo deposita frente a un edificio en proceso de termitosis severa en cuya entrada reza a modo de mal pintarrajeado titular: El hogar del a-sombrado.

Una vez dentro, el susodicho hogar no resultó ser sino un conjunto de dependencias sombrías y descuidadas, entre las que destacaba una amplia sala diáfana donde se amontonaban sin orden ni concierto un desurbanizado racimo de camastros modelo hospital de la 2º Guerra. Mundial. En pie junto a ellos, o bien sentados o recostados se distinguían las inermes y pálidas figuras de un nutrido grupo de personas de todas las edades y de ambos sexos que componían una perfecta representación coral de la más absoluta indiferencia.

                                                                                    

A nuestro hombre le asignaron un lecho ni mejor ni peor donde se situó apático haciendo juego con el entorno como el zapato derecho lo hace junto al izquierdo.

Afortunadamente no pasó muchas horas en soledad, y recibió pronta visita de su amigo del alma, Pedro, al que llamaban el matocho como a su abuelo y a su padre, por su pelo mucho y mal avenido.

El amigo intentó todas las argucias para su reanimación pero Julito ni arre ni so ¡Qué pena tan grande la del buen Pedro! Cuando al fin se marchó del hogar lloró entristecido y se juró a sí mismo no parar hasta encontrar el modo de ayudar a su desgraciado compañero.
El tiempo pasó sin dar con ningún remedio, hasta que por fin la insistencia obtuvo su recompensa.

Un día, a media tarde, cuando regresó a su casa, su hija Adelita le dijo: papito doña Ángeles me ha dicho que te diga que quiere hablar contigo sobre no sé qué de tu amigo Julio.

Y Pedro que al oir esto siente algo en su estómago y Adelita que siente hambre; y bocadillito de chorizo con besitos y portatebienes que ahora mismo vuelvo...

Lleno de conjeturas fue en busca de su vecina Doña Ángeles., mujer oronda y mal encarada, de mal café similar a su perímetro que tiene por destacada costumbre tender la ropa sin escurrir dejando al vecinaje igual que el Nilo a los egipcios en la película aquella del Disney del domingo pasado con Adelita. Pero a ver quien le dice nada, con semejante perímetro de mal café de oronda malencarada que en ese momento sale de su casa ajustándose la chaquetilla de punto de cruz y botones a estallar.

Me han dicho que quiere hablar conmigo dijo Pedro.

Así es. Sé lo de Julio, y siento muchísimo lo que le pasa porque también le tengo cariño, y, lagrimita en el tobogán de la mejilla, conozco a un hombre que le puede ayudar, dijo de un tirón. Toma, aquí tienes apuntada su dirección.

Pedro rescató con esmero un papelillo naufrago de entre el oleaje de carne de su mano y dándole las gracias, se fue para su casa con el tiempo justo para despedirse de su mujer Adela con un beso emocionado que le dejó sorprendida y con otro para Adelita que le dejó prendada de su papi que es el mejor papi del mundo.

Coche que arranca y sale, coche que llega y para delante de una barriada penosamente urbanizada a la que se accede atravesando el patio abierto de una antigua fábrica remaches para alforjas abandonada que recibe al visitante con un cartel que reza: Barriada Solosaldedía.

                                                                             

Pedro se inquietó un tanto ante semejante bienvenida , pero el recuerdo de su cuitado amigo le hizo sobreponerse. Todo sea por un amigo pensó mientras se adentraba entre callejas malolientes y descuidadas. Tras tres preguntas no acertadas y una con premio a la señora premio al caballero localizó por fin el nº 2 de la calle del sol y la luna. 4º piso sin ascensor y tras un rato de escaleras y cuatro de jadeos, nudillos a la puerta que cede suavemente dando paso a una especie de hall en semipenumbra al que Pedro se adentra con pasos aprensivos entonando el sonsonete del ¿hay alguien ahí? sin obtener respuesta aparente.

El temor se adueñó de nuevo de su corazón y nuevamente lo conjuró con dos o tres todo sea por ... y decidió seguir adelante más allá de unas recias cortinas que una vez atrás le situaron en el interior de una sala ni grande ni pequeña tenuemente iluminada por la sinuosa llama de varias lamparillas de aceite dispuestas en los extremos de un modesto pero bien cuidado altarcillo presidido por una de esas estatuas orientales de prominente barriga y cara de ni sí ni no, como aquellas que en el todo a cien , son budas, señor, son de plástico, señor, son a 300 señor le dijeron, sólo que ésta tenía mejor aspecto desde luego, era incluso hermosa.
Pedro sintió algo sobrecogedor , algo inefable mientras sus ojos se adaptaban a la escasa iluminación, hasta que la sensación inequívoca de que no estaba solo le transportó de golpe del embeleso a la inquietud.

En efecto, sentado en el suelo a un costado del altar se hallaba un hombrecillo del que no atinaba a distinguir el rostro y haciendo acopio de fuerzas en dos cómicas zancadas se plantó ante él y tendiéndole la mano temblorosa dijo: Buenas tardes. Soy Pedro Ramírez y... no pudo seguir más. Algo inexplicable le cortó el discurso y la capacidad de reacción, quedándose allí de pie como un barco envarado, con la mano ridículamente extendida como mendigo a la salida de misa de domingo. Su anfitrión permaneció indiferente al gesto y Pedro pudo observar su rostro de rasgos orientales y sus labios murmurando sin descanso algo así como om mani peme hung, mientras desgranaba un rosario de cuentas, que en cuanto se aclaró más su visión descubrió con espanto que no eran sino minúsculas calaveras.

Mucho le costó reprimir las imperiosas ganas de salir huyendo, concretamente una ininterrumpida sucesión de todo sea por un amigo, todo sea por un a amigo....Y así permanecieron ambos musitando sus particulares letanías durante un instante de silencio que para Pedro fue eterno y para el mosquito que acababa de caer frito sobre el calefactor eléctrico que a penas caldeaba la habitación fue el último, hasta que el silencio fue repentinamente roto por la voz cantarina y mal acentuada del supuesto sabio que dijo: sí ,sé lo que le trae aquí... Pero, siéntese. Pedro miró y remiró, resignándose al fin a depositar su maltrecha ciática sobre un sucinto cojín negro que logró localizar. Entonces usted ya está al corriente. Perfectamente le interrumpió. Escuche con atención. Si su amigo lleva a cabo lo que le voy a indicar podrá a buen seguro, recuperar su salud. ¿su salud? Pensó Pedro, querrá decir su sombra pero no le llevó la contraria por educación..

Ve usted aquella hermosa vela blanca sobre el altar. Pedro asintió. Llévesela y haga que su amigo escriba su nombre en ella y la coloque encendida cerca de su lecho. Sepa usted que las sombras sienten especial debilidad por la sinuosa luz de las velas.
¿Eso es todo?, preguntó Pedro con incredulidad.
Tenga paciencia, aún falta algo muy importante. Con los tallos de aquellas doce rosas del jarroncillo turquesa confeccionará usted un trenzado en torno a un soga fina pero resistente de 1 metro de largo.
En cuanto la sombra se presente su amigo deberá rodear primero y sujetar con firmeza después la soga de tallos de rosa en torno a su cuello. Sabe, dijo en tono casi confidencial, sólo las espinas de una rosa son capaces de retener a una sombra contra su voluntad.

                                                                             


Pedro escuchó todo aquello con cara de ¡ah qué interesante! Y tras hacer un paquete con todo ello se despidió del sabio oriental que se negó a recibir nada a cambio de su servicio.

Bajó las escaleras de tres en tres pensando de cuatro en cuatro y para cuando llegó al portal estaba entre excitado y furioso consigo mismo por haber acudido a consultar a semejante loco, incapaz de determinar si lo que llevaba en el paquete era el no va más de los caza sombras o una novedosa versión del timo del crecepelo.

Una vez en la calle la visión de un container municipal para la recogida de basuras le sacó de sus dudas y con paso firme se dirigió hacia él decidido a desembarazarse de toda aquella milagrería barata. Y así lo hubiera hecho de no reparar en un breve y municipal eslogan escrito sobre la tapa que rezaba así: Usted lo deja, si después lo busca, ya no lo encuentra. Usted verá.

Tan amenazante advertencia retuvo a Pedro el tiempo justo para que el diablillo de cuernitos cola y tridente y el angelote soso con rizos dorados y alitas montaran una de las suyas.

Vamos Pedro decía el uno, no te irás a creer esa patraña del cazasombras y la vela. Tú verás , pero no conseguirás otra cosa que hacer el ridículo de los ridículos o incluso ingresar en el guinnes de los requetebobos.

No le hagas caso decía el otro. ¿Y si funciona?. No tienes nada que perder y además no tienes otra cosa. Piensa en tu amigo. ¿Por qué no intentarlo?
¿Por qué no intentarlo? repitió Pedro en voz alta como si fuera idea suya y no la del angelote.

Llegó la noche y todo se dispuso según lo indicado por el sabio.
Pedro explicó a Julito lo que debía hacer y después de tatuar a rotulador su propia nariz y media almohada logró al fin, escribir sobre la vela algo similar a su nombre.

La encendió y se sentó en su catre a esperar acontecimientos con el lazo de tallos de rosas bien preparado.

Entre tanto Pedro se medio echó sobre una de esas butacas de hospital para torturar familiares y acompañantes quedándose al rato medio dormido. Todas las emociones del día le habían dejado realmente exhausto.

De pronto, el inconfundible gring grong que emiten los muelles reblandecidos de esos jergones que invitan, no a dormir, sino a morir desriñonado le despertó justo a tiempo para ver la silueta de su amigo pasar rauda frente a sus narices al grito de ¡ya te tengo!

La vela se había apagado y estaba realmente oscuro así que Pedro se levantó como pudo y a tientas se dirigió en busca del único interruptor de la luz que recordaba haber visto justo junto a la puerta que daba acceso a la sala. Entre tanto se escucharon varios gritos de dolor desgarradores y cuando por fin logró alcanzar su objetivo y encender la luz, se encontró frente a frente con algo realmente inusitado. En el suelo, chapoteando sobre el parqué Julito reía y reía descontroladamente, a carcajadas exuberantes e inacabables, que le producían un ostentoso lagrimeo y una respiración entrecortada y balbuceante. A ratos profería expresiones semi coherentes como : todo era un sueño, todo era mentira, y cosas por el estilo. De su cuello manaban pequeños regueros de sangre producidos por las espinas de las rosas que lo anudaban.
Pedro estaba realmente desbordado por el miedo y se sentía incapaz de pensar con claridad. Miró de soslayo hacia un camastro cercano donde un abuelo sin sombra había dejado apoyado su bastón y mientras se apoderaba de él se planteaba la conveniencia de sacar a su amigo de este estado de locura escandalosa y devolverlo a su anterior estado, sí de locura, pero locura discreta al fin y al cabo, de un contundente bastonazo.

Afortunadamente se contuvo y esperó a que la risa cediera como al fin ocurrió.

Tanto escándalo había conmocionado al resto del pabellón de pasmados hasta tal punto que todos a una habían girado sus cabezas en forma casi inapreciable pero suficiente para quedar todas sus miradas enfocadas hacia una bacinilla olvidada sobre una cómoda que observaron largamente con esa expresión entre consternada y pavisosa de los grupos de turistas en visita obligada a museo de pintura abstracta.

Por fin Julito se levantó del suelo con frescura y con la ayuda de su amigo y tras varios uyes y ayes, se quitó la bufanda de espinas y abrazó con gratitud a su salvador, repitiendo sin cesar :era todo mentira, era un sueño. Pedro no rascaba bola pero calló por educación. Después, dirigiéndose a sus compañeros de desagracia les repartió efusivos abrazos que fueron correspondidos con la expresividad de una tabla de planchar, sin que ello fuera en detrimento de su entusiasmo achuchador. Cuando terminó con todos le dijo a Pedro: vamos amigo tenemos mucho que hacer y volviéndose al resto: no os marcheis que enseguida volvemos.

¿Marcharse ni aunque se cayera el edificio pensó Pedro pero no dijo nada por ... bueno por lo de siempre.

Al cabo de un mes el hogar municipal para a-sombrados se cerró por falta de uso y fue reconvertido en un centro recreativo para sombras ociosas.

Entre tanto, en la ciudad ya era notoria la presencia de más y más personas felices y sin sombra y corría de boca en boca el nombre de cierto sabio oriental de la calle del sol y la luna, al que acudían a diario a practicar.

Pedro por su parte, aún sin entender demasiado, se sentía muy agradecido con él y decidió hacerle una visita .
Su encuentro esta vez fue muy afectuoso y poco antes de marcharse como prueba de gratitud, le regaló unas sandalias nuevas.

Pedro quería pero no se atrevía y antes de decir ni media el sabio adivinando sus conjeturas le dijo :. Sí, también puedes venir a compartir, si quieres . Muchas gracias contestó emocionado.
Llegó el momento de despedirse, y cuando estaba a punto de salir de la habitación , el sabio oriental le llamó y con ojos entre pícaros y divertidos le dijo: Pedro, haz como julito, sal de la dualidad y vive.


Firmado: la sombra ociosa