El
Mahamudra del Ganges
Tercera Parte
Continuación de la enseñanza dada por Lama
Guendun Rimpoché en agosto del -87, basada en un
comentario acerca de las instrucciones orales sobre el Mahamudra,
las cuales fueron transmitidas a Naropa por su maestro Tilopa
en las orillas del Ganges, al comienzo de este milenio.
El universo es simplemente la manifestación de nuestra
mente. Reconociendo así que mente y manifestación
no son más que una sola y misma cosa, conviene no
extraviarse en una aprehensión dualista de la mente
y de los fenómenos. Es muy importante tener esto
presente en la mente antes de comprometerse en la meditación.
Aunque todos los fenómenos del universo estén
desprovistos de existencia intrínseca, no obstante
se manifiestan y son perceptibles. Esta manifestación
no tiene una existencia verdadera; por eso se dice que manifestación
y vacuidad son inseparables. La no dualidad de la vacuidad
y de la manifestación debe ser reconocida como el
juego de la gran felicidad, no siendo éste otro que
el Dharmakaya, espontáneamente presente. Este juego
de la felicidad y de la vacuidad es otra manera de nombrar
el Mahamudra, igual que podemos afirmar sobre el Mahamudra
que es no-dualidad de la claridad (o lucidez) y de la vacuidad.
En una palabra, en la meditación de Mahamudra no
se debe establecer ninguna diferencia entre la persona que
medita, la acción de meditar y el objeto de la meditación;
estos tres aspectos son inseparables.
Acerca del camino de la meditación, reconocemos nuestra
situación actual. Por el momento, aunque no se encuentre
ahí un "yo" o un "ego" realmente
existente, nos enganchamos a pesar de todo a su existencia,
lo que entraña el aferramiento a la idea de que los
otros estén separados de nosotros. Eso nos lleva
a una situación de dualidad y, de esta manera, nos
ponemos a imaginar un juicio sobre nosotros mismos y sobre
el prójimo, considerando a ciertas personas como
próximas a nosotros y a otras como lejanas. Las categorizamos
como amigas y enemigas y en nuestra mente aparecen entonces
diferentes emociones. Bajo la influencia de estas emociones,
realizamos actos que tendrán resultados impuros,
que enturbian y recubren la mente, impidiéndonos
el que podamos reconocer su verdadera naturaleza. En la
meditación se debe de cultivar un estado de espíritu
que no se aferre a nada y en el cual simplemente "nos
dejemos ir".
Así, cortamos este proceso de dualidad, de emociones,
de karma, etc, y podemos observar que la esencia de la mente
es Dharmakaya. Eso sobreviene en la meditación de
manera natural, no es algo que podamos producir con grandes
esfuerzos. Es importante comprenderlo, si no intentaremos
conseguir en nuestra meditación un estado que esté
libre de todo pensamiento, y los esfuerzos que haremos para
alcanzarlo serán causa de un gran sufrimiento.
Decir que realizamos el estado último del Mahamudra
y pensar que así conseguimos algo nuevo es un error,
porque la realización del Mahamudra está presente
en nosotros de manera permanente, después de tiempos
sin principio. Simplemente, está temporalmente recubierta
por los velos de nuestros actos kármicos. Cuando
finalmente se realiza la esencia de su propia mente, se
da uno cuenta de que ese estado último de Mahamudra
ha estado siempre ahí presente en nosotros: reconocer
la esencia de su propia mente es como reconocer a alguien
que se le conocía desde siempre y al que se le había
perdido de vista durante un tiempo. En el momento del reconocimiento
la mente aparece en su estado naturalmente libre: sus limitaciones
ordinarias desaparecen y puede liberarse de toda tensión.
Nuestra
mente se encuentra ordinariamente en un estado de gran tensión;
esto se debe a las emociones, al hecho de que nos apegamos
a las cosas y a que las rechazamos: estamos constantemente
bajo la influencia de las emociones de apego y de rechazo
(o de cólera). Además, nuestra mente se encuentra
en un estado de ignorancia. Estos son los tres estados impuros
(atracción, repulsión e ignorancia) que nos
encarcelan en el círculo de las existencias. Abandonar
esos límites nos permite reconocer que nuestra mente
es Buda: no tenemos ninguna necesidad de buscar en el exterior
el estado de Buda, él ya está en nosotros.
No se encuentra aplazado en el futuro sino que está
aquí y ahora presente instante a instante. Puesto
que está constituido así, no es difícil
llegar a alcanzar la budeidad.
En el canto de Tilopa, "El Mahamudra del Ganges",
queda dicho: "si no transgredimos el sentido último
de "sin permanencia" y "sin punto de referencia",
el samaya del Mahamudra no se infringe: es el estado que
denominamos "luz en la oscuridad de la ignorancia".
Hay que abandonar toda tendencia a la argumentación
intelectual en relación con la realidad última
del estado natural. No debemos dejar a nuestra mente que
se aferre al dualismo "bueno/malo" ni a las emociones
que resultan de ello, como la cólera y el apego.
Cuando nos liberamos de todo eso, poco importa la cantidad
de pensamientos que aparecen en la mente, pues éstos
no violan este estado natural último y, bien al contrario,
se liberan de sí mismos de manera automática,
exactamente como los dibujos que podemos ver sobre el agua.
En efecto, tal y como el movimiento del agua crea perfiles
en la superficie, el movimiento de las ideas en el interior
de nuestra mente origina toda clase de pensamientos; pero
estos pensamientos surgen de la mente y vuelven a la mente
sin enturbiar su estado natural. En consecuencia, si no
transgredimos la meditación última sin permanencia
y sin punto de referencia para la mente, no infringimos
el samaya (el compromiso secreto) del Mahamudra. Esto se
vuelve pues como "una antorcha que tiene la capacidad
de hacer desaparecer la oscuridad de la ignorancia".
El canto prosigue, explicando que liberarse de los extremos
de la cólera y del apego permite comprender las enseñanzas
de los Sutras, sin excepción. Si nos absorbemos en
la realidad de este estado, nos evadimos de la prisión
del ciclo de las existencias. Si alcanzamos una estabilidad
en esta realidad última, todas nuestras negatividades
y todos nuestros velos se consumen. Es lo que se llama "la
antorcha de la enseñanza".
Permanecer fuera de todo extremo representa la omnisciencia
de la sabiduría primordial, pudiendo ésta
ver y comprender con exactitud cada cosa tal y como es en
realidad. Esta sabiduría primordial incluye igualmente
la comprehensión de la diversidad de todos los fenómenos:
de la realidad última aparece una manifestación
múltiple y el conocimiento del estado último
es igualmente conocimiento de la infinita diversidad del
modo de manifestación, conocimiento de la verdad
relativa. Este segundo conocimiento aparece automáticamente
después del primero; cuando esto se produce, podemos
comprender todas las enseñanzas, ya sean budistas
o no budistas. Abstenerse del extremo de la existencia tanto
como del extremo de la pacificación de la existencia
-los dos extremos del samsara y del nirvana- permite alcanzar
la realidad última de los fenómenos. El canto
da a continuación instrucciones sobre la manera de
desarrollar la compasión para todos los seres que
no han alcanzado esta realidad última a causa de
su inteligencia limitada. Los seres que no tienen ninguna
fe ni confianza en la realidad última, aquellos que
no tienen la capacidad de comprenderla y de reconocerla,
son arrastrados sin fin por el mar de la existencia cíclica,
y se agotan. Los sufrimientos de los tres reinos inferiores
no finalizan nunca para los que se han sumergido allí
y es necesario entonces desarrollar una gran compasión
hacia estos seres inconscientes. Los que desean poner fin
a estos sufrimientos insoportables deben dirigirse a un
lama cualificado; la acogida de su bendición en sus
corazones permite a sus mentes liberarse completamente de
la ignorancia.
Realizar el Mahamudra es por lo tanto esencial. Todos los
fenómenos del ciclo de las existencias son causa
de sufrimiento y están desprovistos de sentido y
no tienen ninguna importancia. Todos los fenómenos
compuestos, todas nuestras acciones manifiestas no tienen
igualmente ni esencia ni significado verdaderos.
En consecuencia, deberíamos abandonar estas acciones
desprovistas de sentido y, más bien, aprehender directamente
el significado esencial de la realidad última. Los
diferentes aspectos del ciclo de las existencias -las emociones
perturbadoras, el karma, es decir las acciones realizadas
bajo la influencia de estas emociones; y los skandas o los
diversos constituyentes de nuestro ser- son causa los unos
de los otros, según un proceso sin fin, un círculo
vicioso; es la razón por la que experimentamos el
sufrimiento en este ciclo de existencias que semeja a una
gran rueda que hacemos girar sin parar. Nuestro habitual
aferramiento a un sujeto y a un objeto constituye la raíz
de este proceso cíclico: conceptualizamos los objetos,
nombrándolos constantemente, definiéndolos
y dándoles atributos y nosotros nos apegamos a la
idea de un sujeto, que se encuentra bajo el control de los
objetos que percibe. Los diferentes fenómenos del
ciclo de las existencias, ya sean la causa o el resultado
de ello, no tienen valor y están desprovistos de
sentido. El samsara no es más que un ciclo de acumulación,
después de decadencia de todo lo que se ha acumulado.
De esta manera debemos reconocer que por naturaleza la existencia
cíclica es absurda e inútil.
EL CANTO PROSIGUE:
La vía suprema es aquella que trasciende todo asimiento
a un sujeto y a un objeto.
La meditación suprema es aquella que está
libre de toda distracción.
La actividad o conducta suprema es aquella que es libre
de todo esfuerzo o intención.
Y cuando permanecemos libres de cualquier esperanza y de
cualquier miedo el fruto se vuelve manifiesto.
Seguidamente se explica que, si permanecemos en un estado
que trasciende todo objeto pudiendo servir de punto de referencia
a la consciencia, la naturaleza de la mente se vuelve evidente
y clara. Se está en el camino de la budeidad cuando
no se sigue ningún camino. Meditar sin un objeto
de meditación es el signo que alcanzará el
insuperable Despertar. No debemos buscar un tipo particular
de vía, de meditación ni de acción;
hay que estar igualmente libre de buscar un objeto de meditación
susceptible de constituir un punto de referencia relativo
a ese estado natural último; y hay que estar libre
de toda idea de progresión en un largo camino.
Ciertas enseñanzas sobre la obtención de la
realización hablan de diferentes niveles y caminos,
pero en la enseñanza del Mahamudra, la base, el camino
y el resultado son inseparables. Por esta razón,
puesto que no se trata de pasar de un estado a otro, la
enseñanza del Mahamudra es una enseñanza completa
y un camino muy corto hasta la iluminación.
La siguiente parte del canto da instrucciones acerca de
la manera de poner en práctica esta realidad última.
El texto explica que no debemos considerar como dignos de
interés los fenómenos mundanos, los fenómenos
de la existencia cíclica: debemos reconocer su impermanencia
y no prestarles atención. Son como una ilusión
mágica o como un sueño desprovisto de realidad
propia. Ya que ello es así, debemos desarrollar la
renuncia, reconocer que toda actividad mundana es completamente
inútil e insensata y abandonar entonces completamente
esta actividad desprovista de sentido.
Debemos cortar todos los lazos entre uno mismo y los objetos
del ciclo de las existencias, estén esos lazos constituidos
por el aferramiento o la cólera, y meditar en un
lugar aislado (en medio de un bosque o sobre la vertiente
de una montaña) permaneciendo en un estado de no-meditación,
aún cuando meditemos.
La siguiente parte del canto habla de los beneficios que
provienen de la práctica del Mahamudra: si alcanzamos
lo que está fuera de alcance, eso es el Mahamudra.
Por ejemplo, si cortamos simplemente las raíces de
un árbol inmenso provisto de múltiples ramas
y hojas, todas estas ramas se secarán, ya tenga diez
mil o cien mil. De la misma manera, si cortamos las raíces
de la mente, todas las hojas del ciclo de las existencias
que provengan de la mente se secarán. Y, además,
como una simple antorcha tiene el poder de disipar la oscuridad
acumulada durante un millar de eras cósmicas, lo
mismo (ocurre con) un instante de Clara-luz, con el reconocimiento
de la naturaleza de la mente, tiene el poder de disipar
cualquier ignorancia, las negatividades y los velos que
hemos acumulado durante tiempos infinitos.
Rimpoché precisa que cuando hablamos de la Clara-luz
de la mente debemos estar atentos a no tomarnos esto en
un sentido demasiado literal ni pensar que cuando alcancemos
la realización veremos chorros de luz, arcos iris
o rayos de diferentes colores. Igualmente si tales experiencias
pueden producirse, éstas no serán lo que llamamos
la Clara-luz, sino las manifestaciones que aparecen en aquel
que desea fuertemente tener experiencias. La verdadera Clara-luz
se refiere a lo que es la mente cuando está libre
de toda impureza y de todo velo, es decir, (cuando hace
referencia) a su claridad natural.
Podemos entonces preguntarnos cómo es posible, cuando
hemos realizado la naturaleza de la mente, alcanzar el beneficio
de todos los seres vivos si ella es vacío. En efecto,
aunque la naturaleza de la mente es vacío, el beneficio
de todos los seres está contenido en esta naturaleza
vacía: aquel que realiza su mente es capaz de alcanzar
el beneficio del prójimo sin ningún esfuerzo;
es algo espontáneo y natural. Tomemos (algunos) ejemplos:
sabemos que el fuego incluye la cualidad del calor, que
el agua contiene la cualidad de ser húmeda y que
la miel tiene la cualidad de ser azucarada. Todas estas
características -calor, humedad, dulzor- no son cualidades
que se añaden a la sustancia, ellas son parte de
la misma.
De igual manera, la capacidad de actuar espontáneamente
para el beneficio de todos los seres vivientes forma parte
de la naturaleza de la mente. No es algo exterior que le
deba ser añadido.
Por
el Venerable Lama Guendun Rimponche
(Continuará)