La
práctica regular de la meditación proporciona
una serie de beneficios tanto a corto como a largo plazo.
En primer lugar, a corto plazo, se produce una mejora inmediata
del modo en que se viven las situaciones cotidianas. De hecho,
la mente aprende a independizarse gradualmente de las circunstancias
externas volviéndose más pacífica, más
tranquila y más estable.
Descubrir esta mente estable conduce al meditador a tomarse
menos en serio, a concederles menor importancia a acontecimientos
que normalmente habrían sido perturbadores ayudándole,
en definitiva, a vivir su vida con menos sufrimiento.
A largo plazo, gracias a la pacificación de la mente,
ésta se va purificando, gradualmente, de la ignorancia
básica hasta alcanzar la budeidad o iluminación.
En este estado, la confusión de lo ordinario, de la vida
cotidiana deja de existir.
Para experimentar esta pacificación, la mente debe aprender
a permanecer inmóvil. Este aprendizaje es necesario porque
este estado no es precisamente el habitual. Muy al contrario,
la mente suele estar, generalmente, agitada, siempre en movimiento,
pensando en muchas cosas diferentes a la vez. La causa de todo
esto debe ser contemplada en profundidad.
Desde tiempos sin principio hasta el momento presente hemos
desarrollado un tipo de percepción, una manera de ver
las cosas dualista y, en consecuencia, un fuerte sentido de
la existencia de un yo personal o, tal y como nosotros
lo denominamos, un ego-pegajoso. Este error perceptivo
nos impele a considerar el mundo y los objetos externos con
los que interactuamos como algo separado del ego, es decir,
implica la asunción de una idea de relación entre
el si mismo y la realidad exterior. Es de esta base de donde
surgen todos los tipos de pensamientos, ideas y movimientos
en la mente. Cuando nos sentamos a meditar nos topamos con todo
este barullo de pensamientos, con toda esta agitación,
es decir, con una experiencia que inicialmente dista mucho de
ser pacífica y agradable. La mente se encuentra fuertemente
apegada a todo un conjunto de actividades relacionadas con los
objetos externos y en consecuencia totalmente distraída.
Para
salir de esta situación es necesario aplicar un método
que a modo de entrenamiento ayude a esta mente inestable a permanecer
estable en un solo lugar. Este es el motivo por el que escogemos
un objeto sobre el que la mente repose durante la meditación
y, poco a poco, se familiarice con la experiencia de la estabilidad.
Pero antes de comenzar a meditar es conveniente conocer algo
acerca de qué es la mente y de cuales son sus cualidades.
En primer lugar, la mente no es una cosa, ni una sustancia material,
ni un objeto fijo sino que posee la cualidad de ser de la naturaleza
del conocimiento. Se manifiesta como una sucesión de
momentos de conciencia, de conocimiento o de saber. Su esencia
es inmensa, ilimitada y libre de toda obstrucción.
No es una entidad que exista como tal y que perdure en el tiempo.
Cuando entra en relación con los objetos, elabora una
serie de instancias de percepción siempre cambiantes
que evidencian su carácter discontinuo e impermanente.
Dado que la mente tiene por esencia la capacidad de conocer,
puede llegar a reconocerse en su verdadera naturaleza, ilimitada
y libre de toda obstrucción. Pero para que esto ocurra
es preciso realizar, previamente, un cierto grado de estabilidad
mental cuyo logro exige un entrenamiento disciplinado.
Ahondando un poco más, esta capacidad esencial de conocer
que caracteriza a la mente, le permite acceder al conocimiento
de sí misma y de su propia inestabilidad e impermanencia,
siendo, precisamente, esta toma de conciencia la base sobre
la que se asienta la posibilidad de aprender a adquirir la estabilidad.
Dicho de otro modo, aún a pesar de estar siempre agitada
y en movimiento, la mente puede darse cuenta de ello y transformarlo.
A modo de contraste veamos lo que ocurre con el viento. Al igual
que la mente, siempre está en movimiento, pero al no
ser capaz de conocer que lo está, nada puede hacer por
tranquilizarse.
Por lo tanto, es el aspecto inteligente de la mente el que posibilita
que ésta trabaje sobre sí misma.
Ahora bien, la inestabilidad no desaparecerá para siempre,
simplemente por la práctica de una técnica de
meditación. Sólo cuando la mente reconoce su propia
naturaleza puede instalarse la verdadera estabilidad.
La mente puede experimentarse a sí misma directamente.
Esto significa que es capaz de experimentar su verdadera naturaleza,
no obstruida, libre del apego y la fijación a la interminable
corriente del fluir mental de pensamientos, percepciones y conceptos.
Habitualmente, nos aferramos a las apariencias de la mente como
si nuestra propia versión fuera lo bastante sólida
y real, y perdemos la perspectiva necesaria para reconocer la
calidad no-obstruida de la mente.
La verdadera naturaleza de mente es la vacuidad, entendida como
un estado de claridad, de vacío de todo aquello que sea
sólido, permanente, e inherentemente existente en sí
mismo.
Si no meditamos en la mente tal como está, es decir,
en nuestra experiencia personal de la mente tal y como está
en este momento, no podremos ver claramente cómo se agita
y se distrae constantemente con el interminable fluir de los
pensamientos.
Una
vez que comprendemos lo incapaces que somos de experimentar
una mente estable, se nos hace evidente la necesidad de un entrenamiento
que nos ayude a domar la mente para que acceda a la tranquilidad
y la estabilidad.
Sin embargo para iniciar este entrenamiento necesitamos un punto
de referencia, algo en lo que focalizar la mente. En las enseñanzas
de Buda se dan diversas explicaciones acerca de los diferentes
apoyos o referencias útiles para llevar esto a cabo.
De entre ellos Buda destacó el método que toma
la respiración como punto de apoyo donde reposar la mente.
Buda explicó que en los seres vivos, la mente y el cuerpo
están en estrecha e íntima conexión.
En forma más precisa, afirmó que existe una vinculación
muy estrecha entre la mente y el sistema de energía sutil
del cuerpo. Esta es la razón por la que en la búsqueda
de la tranquilidad se ha desembocado en el trabajo con la respiración,
y por eso mismo, las instrucciones iniciales sobre meditación
comienzan con la técnica de contar respiraciones.
La primera técnica de meditación que usamos para
apaciguar la mente se denomina shamatha (Sánscrito) o
shiné (tibetano), términos ambos que vienen a significar
calma duradera. La meditación shamatha consiste
en un proceso que consta de seis pasos. En los tres primeros
la mente reposa en la respiración al tiempo que el meditador
lleva la cuenta de cada ciclo completo de inspiración/expiración
realizado. Tras un periodo de práctica la mente se va
apaciguando poco a poco y se pueden abordar los tres pasos siguientes
que derivan de la concentración en la respiración.
Este es el momento de analizar la conexión que existe
entre la mente y la respiración. Por medio de este análisis
el meditador realiza la vacuidad, cualidad esencial de la naturaleza
de la mente. Paulatinamente, surge un sentimiento intuitivo
de la mente. Se puede cambiar la concentración, la imagen
que sirve de soporte a la focalización y a estas alturas
de la práctica, ya es posible percibir la mente como
un espejismo.
A continuación, la concentración se orienta hacia
el conocimiento de la naturaleza de los objetos con el fin de
reconocer el carácter esencialmente vacuo de todos los
fenómenos.
De este modo queda perfectamente descrito el modo correcto de
realizar la práctica de la concentración que entrena
la mente, es decir, de llevar a cabo un samatha completo.
El propósito de un día de enseñanzas como
éste es ofrecer una información global de los
diferentes pasos a dar en la práctica de la meditación.
Para aprender una técnica de meditación hay que
recibir una serie de instrucciones sistemáticas, unas
reglas básicas para ir desarrollando, gradualmente, aquello
que se va comprendiendo.
Cuando se menciona el método de contar las respiraciones,
se entiende que se trata de ciclos respiratorios completos (inspiración
y expiración hacen un ciclo completo).
En
un primer momento, se cuentan de uno hasta cinco ciclos completos,
sin interrupción, y sin distraerse, con el objetivo de
que la mente descanse en la respiración. Una vez conseguido
esto, se vuelve a iniciar el proceso, y así sucesivamente.
En la medida que se adquiere soltura y facilidad el número
de ciclos completos que se contabilizan aumenta, pero eso sí,
observando el criterio de contabilizar sólo los que se
realizan sin distraerse.
Durante esta meditación, la mente permanece todo el tiempo
reposando aquí, en la respiración, sin marcharse
distraídamente a ninguna otro lugar. Con la práctica
se pueden llegar a contar hasta mil o más respiraciones,
lo cual en sí mismo, constituye un buen indicio de que
se ha alcanzado un cierto nivel de estabilidad mental, y de
que la mente está bajo control. A esto me refiero cuando
hablo de una mente pacificada, tranquila o dominada.
El desarrollo de esta práctica conduce una experiencia
interna de tranquilidad que, a medida que nos hacemos diestros,
deviene en continua e ininterrumpida. Éste es el resultado
de la práctica de shamatha.
En general, no es habitual recibir todas las técnicas
de meditación en una sola sesión. Es más
adecuado recibir estas instrucciones sistemáticamente
comenzando, en primer lugar, por aprender a sentarse en una
postura correcta. En segundo término, se enseña
a la mente a descansar en el objeto que sirve de soporte a la
meditación.
A continuación, hay un tercer nivel de instrucciones
acerca de ciertos errores que pueden surgir durante la práctica
de la meditación y el modo de impedirlos. Así
mismo, se enseña a reconocer ciertas cualidades que se
manifiestan en una meditación correctamente realizada.
Estas instrucciones iniciales son, ciertamente, muy importantes
porque sientan las bases para el desarrollo adecuado de la práctica
futura, es decir, son las que muestran el camino para poder
degustar una mente tranquila y pacificada.
Después de practicar la meditación shamatha se
accede a la segunda fase que se denomina vipashyana (Sánscrito)
o meditación de la visión. Se trata de una práctica
meditativa en la que se experimenta una visión profunda
de auténtica naturaleza de la mente. Cuando se mira en
el interior de la mente se descubre lo que viene en llamarse
el conocimiento primordial. Este conocimiento primordial
es no-dualista y sólo se puede acceder a él a
través de la meditación. Sin ella, siempre se
permanece encerrado en el dualismo y la verdadera naturaleza
de la mentela sabiduría o el conocimiento primordialpermanecen
ocultos e inaccesibles.
Una vez que se ha visto la naturaleza de la mente, la calidad
de la experiencia del conocimiento primordial va mejorando gracias
a la práctica de la meditación. Con el tiempo,
este proceso se vuelve natural, algo que se desarrolla espontáneamente
. Éste es el punto en el que se produce un crecimiento
espontáneo de la experiencia del conocimiento primordial.
Por el contrario, si la mente está agitada, no será
posible ver este conocimiento primordial. He aquí la
razón por la que es tan importante la práctica
inicial de la meditación que cultiva la tranquilidad,
la estabilidad y la paz mental.
Así es como se produce el crecimiento del conocimiento
primordial en la mente. Alcanzar este logro depende de la aplicación
correcta del método de la práctica de la visión
meditativa por la que se aprende a no engancharse a la realidad
o a la falsa ilusión de la permanencia de los objetos
externos.
Además,
interiormente se constata que la propia mente no es algo obstruido
o embotado sino que, de hecho, es de la naturaleza de la claridad.
Descubrir en la meditación la impermanencia de los objetos
externos y la claridad intrínseca de la mente, y trabajar
ambos aspectos a la vez es lo que conduce a percibir la esencia
de la mente. Esta percepción sólo es posible cuando
la mente no está oscurecida por los pensamientos. Un
pensamiento surge a través del contacto o la relación
entre la mente como sujeto y un objeto que existe en cuanto
relacionado con la mente. Por lo tanto, el pensamiento es, necesariamente,
un proceso dualista. Cuando la mente está en un estado
dualista se apega a aquello que piensa. Ahora bien, cuando conoce
su propia esencia, y puede reconocer su auténtica naturaleza,
se produce la experiencia no dualista, el conocimiento primordial.
De hecho, llegados a este punto, la mente se está viendo
a sí misma.
Para ilustrar este proceso en este nivel de meditación,
veamos lo que ocurre cuando despertamos por la mañana:
la luz del sol ya está empezando a filtrarse en el mundo
y el día se va iluminando poco a poco. El sol sube más
alto, y el incremento de luz va despejando la oscuridad. Todo
esto es un efecto automático. Algo análogo sucede
en la meditación. Cuanto más se ve la naturaleza
de la mente, más claramente brilla. Esto ocurre porque
la mente tiene la capacidad de conocerse a sí misma y
puede, en principio, reconocer lo que está en ella preparado
y, es gracias a esto que no es afectada durante mucho tiempo
por el pensamiento desenfrenado. De igual modo que en un el
cielo despejado, sin nubes, brilla el sol libremente, sin obstáculos,
así crece sin cesar la capacidad de iluminar o ver la
naturaleza de la mente a través de la práctica
disciplinada de la meditación en la visión. Poco
a poco, esta práctica se vuelve completamente natural.
De este modo quedan perfilados, por tanto, los dos últimos
logros relativos a las seis paramitas o virtudes trascendentales:
la práctica de concentración meditativa y la de
la sabiduría o comprensión plena. El término
paramita, es una palabra sánscrita que literalmente
significa algo que ha alcanzado su cumplimiento.
En este contexto se refiere a la realización plena de
la meditación y la sabiduría. La concentración
meditativa trascendental o plenamente lograda, el quinto de
los seis paramitas, se relaciona con la práctica de la
meditación de la pacificación, tal y como se ha
explicado antes. Es a través de la práctica gradual
del entrenamiento de la mente y de la experiencia progresiva
como se va alcanzando un dominio total de la estabilidad mental
o concentración meditativa.
Habitualmente se suele hablar de tres fases o etapas en el proceso
que conduce a la realización de la estabilidad de la
mente. En la primera, no es de estabilidad, en sentido estricto,
de lo que se habla sino, mas bien, de un mero reconocimiento
del estado de agitación en el que la mente se encuentra.
De hecho, en un primer momento, durante la práctica de
la meditación se experimenta, además, un aparente
aumento de los pensamientos que fluyen agitadamente como las
aguas de un río montaña abajo. Sin embargo, esto
no es mala señal. Al contrario, al no estar totalmente
sumergida en esa agitación, la mente se halla ahora,
al menos, en un estado de calma suficiente como para poder darse
cuenta de su situación. Una vez reconocido esto, no hay
que detenerse ni apegarse a este logro inicial sino que es preciso
continuar con la práctica de la tranquilidad hasta que
la mente esté bien entrenada. Como resultado de esta
dedicación paciente, se accede a la experiencia de una
mente que fluye suave como un río de aguas tranquilas.
Así es el fruto de una mente bien entrenada y pacificada.
A continuación se inicia la tercera fase de la práctica
en la que se experimenta un estado de estabilidad en el que
es posible descansar y permanecer durante todo el tiempo que
se desee. En definitiva, al fin se ha logrado el dominio completo
del estado de estabilidad.
Estas tres fases de la concentración meditativa se denominan
las tres estabilidades.
En la primera fase es necesario enseñarle a la
mente a estabilizarse descansando en un punto de referencia
externo. Durante la segunda y la tercera esto ya no es necesario,
si bien, en particular, la segunda fase requiere mantener, todavía,
un cierto nivel de vigilancia. Hay que observar y reconocer,
cuándo está la mente estable o cuándo está
moviéndose y pensando, para , gradualmente, ir un poco
más allá, hasta lograr la estabilización
definitiva. En cualquier caso, para sostener una meditación
de calidad hace falta un cierto grado de esfuerzo deliberado.
La segunda fase desemboca en la tercera sin intervención
alguna por parte del meditador.
Cuando esto sucede, la pacificación mental y la tranquilidad
ocurren naturalmente, sin esfuerzo alguno.
Esta tercera y última fase corresponde al logro
de la tranquilidad meditativa, o, dicho de otro modo, a la realización
de la virtud trascendental de la concentración meditativa
o quinto paramita. Llegados a este punto es posible
acceder a la fase de la meditación de la visión.
Esta fase es mucho más difícil de medir o valorar
porque es ilimitada. De hecho, la meditación de la visión
se continúa practicando hasta el mismo momento en que
se alcanza la iluminación. Por consiguiente, no es posible
hacer una estimación precisa del tiempo necesario dado
que no se trata de una actividad que una vez concluida dé
paso a realizar alguna otra. La práctica de la meditación
de la visión conduce a la iluminación misma.
Llegar a comprender qué es la meditación de la
visión desde el nivel de realización actual es
realmente difícil tanto por su inmensidad intrínseca
como por tratarse de una esfera de la práctica meditativa
que apunta más allá de la manifestación
dualista.
Inicialmente, la meditación de la visión proporciona
una experiencia limitada de la realidad o de la verdadera naturaleza
de las cosas. Pero a medida que se profundiza en ella, esta
experiencia crece y se amplía, al tiempo que la capacidad
de progresar disponible actualmente se ve notoriamente incrementada.
Por esta razón se dice que este nivel de meditación
es ilimitado.
La meditación de la visión es también denominada
la perfección de la sabiduría, el sexto paramita
o la sexta perfección.
Si bien la mente tiene la capacidad de ver su propia naturaleza,
en este preciso momento, tal y como podemos constatar, se dan
muchos impedimentos que lo hacen difícil. Ahora mismo,
por ejemplo, se encuentra llena de oscurecimientos.
Sin embargo, estos mismos oscurecimientos resultan ser los medios
a través de los que se puede acceder a sus cualidades
más genuinas. Ahora bien, en la mayoría de los
seres sintientes la mente se halla sumida en la ignorancia y,
esta es la razón por la que surgen y se conforman los
mencionados oscurecimientos. Afortunadamente, todos ellos pueden
ser purificados, trasformados en cualidades, y, en definitiva,
reorientados hacia la consecución de la iluminación.
Esta capacidad de transformación que habita en todos
los seres sintientes es lo que se entiende por naturaleza búdica.
Para comprender mejor qué son los oscurecimientos de
la mente, hay que hacer unas breves precisiones sobre la ley
de causa y efecto, también denominada ley del karma.
De este modo se evidenciará la relación que existe
entre las acciones que se realizan y los resultados que se experimentan
a posteriori. Por otra parte, cabe decir que la práctica
de las acciones virtuosas es el antídoto que purifica
todas las acciones kármicas generadas en el pasado.
El karma es la acumulación de acciones derivadas de los
pensamientos que habitan la mente. De la observación
del proceso de pensar se deduce que las ideas y conceptos que
la invaden son promovidos por las emociones que son, a su vez,
la causa de la interrelación entre ella misma y los objetos.
En algunas ocasiones la mente está bajo la influencia
del egoísmo, de un fuerte enfado o de la agresividad,
y en otras, se ve sometida a la acción de un fuerte deseo
o apego, del orgullo o de los celos. Todos estos estados emocionales
impulsan la creación de ideas y la realización
de actos que dan origen a un potencial o semilla kármico
que se incorpora y acumula en la mente dónde continúa
su actividad hasta devenir, pasado un tiempo, en tendencias
o hábitos mentales.
Cuando
estas tendencias maduran, cuando el karma creado por el pensamiento
o la acción confusos llega a completarse totalmente,
se produce un acontecimiento en la percepción del mundo
circundante. Éste es el karma particular, es decir, la
manifestación de una mente confusa. Así que el
karma puede, o bien, residir en la conciencia como un potencial,
o bien, puede estar en proceso de maduración, o, por
último, puede tratarse de un karma totalmente maduro.
Si en lugar de desarrollar emociones negativas tales como el
deseo, el enfado o los celos, se potencian cualidades como el
amor y la compasión, poco a poco, florece una buena motivación
que inspira acciones que, siempre y en todo caso, redundan en
el fortalecimiento de la virtud. De hecho, es inevitable que
las acciones motivadas por un amor y una compasión genuinos
produzcan resultados virtuosos.
También vale decir lo contrario, es decir, que en modo
alguno puede suceder que una acción amorosa o compasiva
genuina pueda producir un resultado no-virtuoso.
De igual modo que ocurre con las acciones negativas, las acciones
virtuosas también son recogidas e incorporadas a la corriente
mental y también llegan a madurar, sólo que, en
este caso, para dar lugar a una ilusión o manifestación
del mundo circundante plena de cualidades positivas y circunstancias
afortunadas.
Hay que tener en cuenta que los términos condiciones
positivas o negativas son empleados aquí en función
del objetivo principal que es alcanzar la iluminación.
Es decir, un karma positivo es aquel que nos acerca a la iluminación
y, por el contrario, todo aquello que obstaculiza ese logro
es lo que conforma un karma negativo.
Según esto, habitualmente se considera que hay dos tipos
de existencia: la afortunada y la infortunada.
Una existencia es afortunada cuando se nace como un ser humano,
con un cuerpo humano, en un mundo humano y con amigos humanos.
Del mismo modo, la experiencia vital es muy positiva si, además,
confluyen muchas oportunidades para progresar en el camino que
conduce a la iluminación.
Por el contrario, un ejemplo de renacimiento poco afortunado
es el de aquel que se manifiesta como un ser fantasmal, es decir,
no humano. En ese caso se vive con el cuerpo de un fantasma,
en un mundo fantasmal que es percibido tal y como lo experimentan
los fantasmas y en el que todos los seres cercanos son también
fantasmas. Desde la perspectiva que aquí se considera,
vivir así es un infortunio.
Sin embargo, las cosas podrían ser aún peores,
tal y como ocurre en el caso de un ser cuyo karma le lleva a
manifestarse como un insecto. Aunque vuela a través del
mundo humano, ni tiene la capacidad de contactar con los seres
humanos, ni de beneficiarse de su mundo. Realmente, vive en
el campo de existencia que puede experimentarse desde el punto
de vista de un insecto y para llegar a establecer un contacto
significativo con otro ser viviente éste deberá
ser de su misma categoría. De hecho, cuando contacta
con un ser humano no percibe este hecho como algo beneficioso
o útil.
Así es la vida de un insecto. Cierto que dispone de ciertas
facultades y percepciones sensoriales, así como de ciertas
tendencias pero movido, fundamentalmente, por su instinto de
supervivencia, comete actos negativos con gran facilidad. En
consecuencia, aún considerando que la esencia de todos
los seres sintientes es la naturaleza búdica, en el reino
de los insectos la realización de acciones virtuosas
es sumamente difícil.
En definitiva, queda bastante claro lo importante que es contar
con una existencia afortunada, con un tipo de renacimiento en
el que todas las facultades, potenciales y capacidades estén
disponibles para avanzar hacia el despertar.
¿Qué se puede hacer para asegurar la continuidad
de estas condiciones favorables? Fundamentalmente, es necesario
realizar acciones y conductas motivadas por el amor y la compasión.
Un ejemplo de este tipo de acciones es la práctica de
la generosidad que, ejercida desde una motivación pura,
redunda en una buena fortuna y en unas condiciones beneficiosas.
La persistencia en esta actitud, año tras año,
vida tras vida, implica ir acercándose, más y
más, a la iluminación. Así es como funciona
esta práctica, también conocida como la práctica
de la perfección de la generosidad o primer paramita.
El
segundo paramita es la perfección de la conducta ética.
Esta práctica afecta a todas las acciones que se realizan,
e incluye al resto de los paramitas. En este caso se trabaja
dentro de la ilusión en la que se está inmerso,
pero para desarrollar en ella algo positivo. Lo básico
a tener en cuenta es no hacer daño a los seres sintientes,
tanto si es la meditación como si es la práctica
de la generosidad aquello con lo que se está incidiendo
directamente sobre las causas de la ilusión. Esto constituye
la esencia de la práctica de la conducta ética.
Incluso cuando se practica la virtud, es preciso asegurarse
de no causar daño a otros. Actuando de este modo, la
mente puede arraigarse más firmemente en el karma positivo,
y en consecuencia, la meditación progresa, la confusión
de la mente disminuye, ésta se vuelve más libre
y, finalmente, más capaz de ver su auténtica naturaleza.
He aquí los resultados de la práctica correcta
de la perfección del paramita de la conducta ética.
La disciplina de la conducta ética consiste en renunciar
a aquello que puede ser perjudicial para la práctica
y, por el contrario, promocionar todo aquello que sea beneficioso.
Esta práctica es, por tanto, la base para lograr la purificación
y alcanzar el perfeccionamiento de cualquier otra práctica
que se esté realizando.
En relación con el tercer paramita, también conocido
como la perfección de la paciencia, se diferencian dos
categorías, según se refiera a las circunstancias
externas o a las internas. En cuanto a las circunstancias externas
, significa que no se debe reaccionar al ataque, al insulto
o a la agresión de cualquier manera, sino que se debe
responder siempre desde el amor y la compasión.
En cuanto al desarrollo de la paciencia de tipo interna, hay
una práctica obvia y otra más sutil.
La práctica más obvia de la paciencia interna
se realiza cuando se cortan los pensamientos y sentimientos
de enojo en cuanto se es consciente de que están surgiendo
en la mente. Se trata, por lo tanto, de no engancharse, ni comprometerse
con estos pensamientos y emociones.
La práctica más sutil de la paciencia se relaciona
con la superación de la oscuridad originada por la ignorancia
en la mente. Esto significa que cuando cualquier pensamiento
o idea de naturaleza dualista se desarrolla en la mente, se
ejerce la práctica de la sabiduría, o de la comprensión
completa de la naturaleza de los pensamientos para no quedar
atrapado en la dualidad.. De esta manera se ve a través
o en el interior de la naturaleza misma de los pensamientos.
En cuanto a la práctica de la perseverancia o cuarto
paramita, cabe decir que, inicialmente, se trata, simplemente,
de cultivar e impulsar la práctica cada vez en más
circunstancias. En una segunda fase los esfuerzos y la dedicación
deben ser incesantes y regulares, y no sólo de vez en
cuando.
Por último, hay una tercera fase en la que la capacidad
de perseverar, de ejercitar la energía y de afrontar
las situaciones surge con facilidad, de un modo casi automático
y completamente libre de todo esfuerzo deliberado porque nace
como expresión del funcionamiento natural de la mente.
La práctica de la perseverancia entendida de este modo
conduce hasta el umbral mismo de la iluminación. Es así
como se recorre el camino que permite llegar a convertirse en
un ser muy beneficioso para todos los seres.
El cultivo de las perfecciones mencionadas, es decir, de la
conducta ética, la paciencia y la perseverancia es una
ayuda muy importante para progresar en el desarrollo de las
tres restantes, es decir, de la generosidad, la meditación
y la sabiduría. En resumen, es a través del desarrollo
gradual de los seis paramitas que se logra avanzar en el camino
hacia la iluminación.