MEDITACIÓN

Charla pronunciada por Shamar Rimpoche en Los Angeles el 4 de octubre del 2002

La práctica regular de la meditación proporciona una serie de beneficios tanto a corto como a largo plazo.

En primer lugar, a corto plazo, se produce una mejora inmediata del modo en que se viven las situaciones cotidianas. De hecho, la mente aprende a independizarse gradualmente de las circunstancias externas volviéndose más pacífica, más tranquila y más estable.

Descubrir esta mente estable conduce al meditador a tomarse menos en serio, a concederles menor importancia a acontecimientos que normalmente habrían sido perturbadores ayudándole, en definitiva, a vivir su vida con menos sufrimiento.

A largo plazo, gracias a la pacificación de la mente, ésta se va purificando, gradualmente, de la ignorancia básica hasta alcanzar la budeidad o iluminación. En este estado, la confusión de lo ordinario, de la vida cotidiana deja de existir.

Para experimentar esta pacificación, la mente debe aprender a permanecer inmóvil. Este aprendizaje es necesario porque este estado no es precisamente el habitual. Muy al contrario, la mente suele estar, generalmente, agitada, siempre en movimiento, pensando en muchas cosas diferentes a la vez. La causa de todo esto debe ser contemplada en profundidad.

Desde tiempos sin principio hasta el momento presente hemos desarrollado un tipo de percepción, una manera de ver las cosas dualista y, en consecuencia, un fuerte sentido de la existencia de un “yo” personal o, tal y como nosotros lo denominamos, un “ego-pegajoso”. Este error perceptivo nos impele a considerar el mundo y los objetos externos con los que interactuamos como algo separado del ego, es decir, implica la asunción de una idea de relación entre el si mismo y la realidad exterior. Es de esta base de donde surgen todos los tipos de pensamientos, ideas y movimientos en la mente. Cuando nos sentamos a meditar nos topamos con todo este barullo de pensamientos, con toda esta agitación, es decir, con una experiencia que inicialmente dista mucho de ser pacífica y agradable. La mente se encuentra fuertemente apegada a todo un conjunto de actividades relacionadas con los objetos externos y en consecuencia totalmente distraída.

Para salir de esta situación es necesario aplicar un método que a modo de entrenamiento ayude a esta mente inestable a permanecer estable en un solo lugar. Este es el motivo por el que escogemos un objeto sobre el que la mente repose durante la meditación y, poco a poco, se familiarice con la experiencia de la estabilidad.

Pero antes de comenzar a meditar es conveniente conocer algo acerca de qué es la mente y de cuales son sus cualidades.

En primer lugar, la mente no es una cosa, ni una sustancia material, ni un objeto fijo sino que posee la cualidad de ser de la naturaleza del conocimiento. Se manifiesta como una sucesión de momentos de conciencia, de conocimiento o de saber. Su esencia es inmensa, ilimitada y libre de toda obstrucción.

No es una entidad que exista como tal y que perdure en el tiempo. Cuando entra en relación con los objetos, elabora una serie de instancias de percepción siempre cambiantes que evidencian su carácter discontinuo e impermanente.

Dado que la mente tiene por esencia la capacidad de conocer, puede llegar a reconocerse en su verdadera naturaleza, ilimitada y libre de toda obstrucción. Pero para que esto ocurra es preciso realizar, previamente, un cierto grado de estabilidad mental cuyo logro exige un entrenamiento disciplinado.

Ahondando un poco más, esta capacidad esencial de conocer que caracteriza a la mente, le permite acceder al conocimiento de sí misma y de su propia inestabilidad e impermanencia, siendo, precisamente, esta toma de conciencia la base sobre la que se asienta la posibilidad de aprender a adquirir la estabilidad. Dicho de otro modo, aún a pesar de estar siempre agitada y en movimiento, la mente puede darse cuenta de ello y transformarlo.

A modo de contraste veamos lo que ocurre con el viento. Al igual que la mente, siempre está en movimiento, pero al no ser capaz de conocer que lo está, nada puede hacer por tranquilizarse.

Por lo tanto, es el aspecto inteligente de la mente el que posibilita que ésta trabaje sobre sí misma.
Ahora bien, la inestabilidad no desaparecerá para siempre, simplemente por la práctica de una técnica de meditación. Sólo cuando la mente reconoce su propia naturaleza puede instalarse la verdadera estabilidad.

La mente puede experimentarse a sí misma directamente. Esto significa que es capaz de experimentar su verdadera naturaleza, no obstruida, libre del apego y la fijación a la interminable corriente del fluir mental de pensamientos, percepciones y conceptos. Habitualmente, nos aferramos a las apariencias de la mente como si nuestra propia versión fuera lo bastante sólida y real, y perdemos la perspectiva necesaria para reconocer la calidad no-obstruida de la mente.

La verdadera naturaleza de mente es la vacuidad, entendida como un estado de claridad, de vacío de todo aquello que sea sólido, permanente, e inherentemente existente en sí mismo.

Si no meditamos en la mente tal como está, es decir, en nuestra experiencia personal de la mente tal y como está en este momento, no podremos ver claramente cómo se agita y se distrae constantemente con el interminable fluir de los pensamientos.

                                                                  

Una vez que comprendemos lo incapaces que somos de experimentar una mente estable, se nos hace evidente la necesidad de un entrenamiento que nos ayude a domar la mente para que acceda a la tranquilidad y la estabilidad.

Sin embargo para iniciar este entrenamiento necesitamos un punto de referencia, algo en lo que focalizar la mente. En las enseñanzas de Buda se dan diversas explicaciones acerca de los diferentes apoyos o referencias útiles para llevar esto a cabo. De entre ellos Buda destacó el método que toma la respiración como punto de apoyo donde reposar la mente. Buda explicó que en los seres vivos, la mente y el cuerpo están en estrecha e íntima conexión.

En forma más precisa, afirmó que existe una vinculación muy estrecha entre la mente y el sistema de energía sutil del cuerpo. Esta es la razón por la que en la búsqueda de la tranquilidad se ha desembocado en el trabajo con la respiración, y por eso mismo, las instrucciones iniciales sobre meditación comienzan con la técnica de contar respiraciones.

La primera técnica de meditación que usamos para apaciguar la mente se denomina shamatha (Sánscrito) o shiné (tibetano), términos ambos que vienen a significar “calma duradera”. La meditación shamatha consiste en un proceso que consta de seis pasos. En los tres primeros la mente reposa en la respiración al tiempo que el meditador lleva la cuenta de cada ciclo completo de inspiración/expiración realizado. Tras un periodo de práctica la mente se va apaciguando poco a poco y se pueden abordar los tres pasos siguientes que derivan de la concentración en la respiración.

Este es el momento de analizar la conexión que existe entre la mente y la respiración. Por medio de este análisis el meditador realiza la vacuidad, cualidad esencial de la naturaleza de la mente. Paulatinamente, surge un sentimiento intuitivo de la mente. Se puede cambiar la concentración, la imagen que sirve de soporte a la focalización y a estas alturas de la práctica, ya es posible percibir la mente como un espejismo.

A continuación, la concentración se orienta hacia el conocimiento de la naturaleza de los objetos con el fin de reconocer el carácter esencialmente vacuo de todos los fenómenos.

De este modo queda perfectamente descrito el modo correcto de realizar la práctica de la concentración que entrena la mente, es decir, de llevar a cabo un samatha completo.

El propósito de un día de enseñanzas como éste es ofrecer una información global de los diferentes pasos a dar en la práctica de la meditación. Para aprender una técnica de meditación hay que recibir una serie de instrucciones sistemáticas, unas reglas básicas para ir desarrollando, gradualmente, aquello que se va comprendiendo.

Cuando se menciona el método de contar las respiraciones, se entiende que se trata de ciclos respiratorios completos (inspiración y expiración hacen un ciclo completo).

En un primer momento, se cuentan de uno hasta cinco ciclos completos, sin interrupción, y sin distraerse, con el objetivo de que la mente descanse en la respiración. Una vez conseguido esto, se vuelve a iniciar el proceso, y así sucesivamente. En la medida que se adquiere soltura y facilidad el número de ciclos completos que se contabilizan aumenta, pero eso sí, observando el criterio de contabilizar sólo los que se realizan sin distraerse.

Durante esta meditación, la mente permanece todo el tiempo reposando aquí, en la respiración, sin marcharse distraídamente a ninguna otro lugar. Con la práctica se pueden llegar a contar hasta mil o más respiraciones, lo cual en sí mismo, constituye un buen indicio de que se ha alcanzado un cierto nivel de estabilidad mental, y de que la mente está bajo control. A esto me refiero cuando hablo de una mente pacificada, tranquila o dominada.

El desarrollo de esta práctica conduce una experiencia interna de tranquilidad que, a medida que nos hacemos diestros, deviene en continua e ininterrumpida. Éste es el resultado de la práctica de shamatha.

En general, no es habitual recibir todas las técnicas de meditación en una sola sesión. Es más adecuado recibir estas instrucciones sistemáticamente comenzando, en primer lugar, por aprender a sentarse en una postura correcta. En segundo término, se enseña a la mente a descansar en el objeto que sirve de soporte a la meditación.

A continuación, hay un tercer nivel de instrucciones acerca de ciertos errores que pueden surgir durante la práctica de la meditación y el modo de impedirlos. Así mismo, se enseña a reconocer ciertas cualidades que se manifiestan en una meditación correctamente realizada. Estas instrucciones iniciales son, ciertamente, muy importantes porque sientan las bases para el desarrollo adecuado de la práctica futura, es decir, son las que muestran el camino para poder degustar una mente tranquila y pacificada.

Después de practicar la meditación shamatha se accede a la segunda fase que se denomina vipashyana (Sánscrito) o meditación de la visión. Se trata de una práctica meditativa en la que se experimenta una visión profunda de auténtica naturaleza de la mente. Cuando se mira en el interior de la mente se descubre lo que viene en llamarse “el conocimiento primordial”. Este conocimiento primordial es no-dualista y sólo se puede acceder a él a través de la meditación. Sin ella, siempre se permanece encerrado en el dualismo y la verdadera naturaleza de la mente–la sabiduría o el conocimiento primordial–permanecen ocultos e inaccesibles.

Una vez que se ha visto la naturaleza de la mente, la calidad de la experiencia del conocimiento primordial va mejorando gracias a la práctica de la meditación. Con el tiempo, este proceso se vuelve natural, algo que se desarrolla espontáneamente . Éste es el punto en el que se produce un crecimiento espontáneo de la experiencia del conocimiento primordial. Por el contrario, si la mente está agitada, no será posible ver este conocimiento primordial. He aquí la razón por la que es tan importante la práctica inicial de la meditación que cultiva la tranquilidad, la estabilidad y la paz mental.
Así es como se produce el crecimiento del conocimiento primordial en la mente. Alcanzar este logro depende de la aplicación correcta del método de la práctica de la visión meditativa por la que se aprende a no engancharse a la realidad o a la falsa ilusión de la permanencia de los objetos externos.

Además, interiormente se constata que la propia mente no es algo obstruido o embotado sino que, de hecho, es de la naturaleza de la claridad. Descubrir en la meditación la impermanencia de los objetos externos y la claridad intrínseca de la mente, y trabajar ambos aspectos a la vez es lo que conduce a percibir la esencia de la mente. Esta percepción sólo es posible cuando la mente no está oscurecida por los pensamientos. Un pensamiento surge a través del contacto o la relación entre la mente como sujeto y un objeto que existe en cuanto relacionado con la mente. Por lo tanto, el pensamiento es, necesariamente, un proceso dualista. Cuando la mente está en un estado dualista se apega a aquello que piensa. Ahora bien, cuando conoce su propia esencia, y puede reconocer su auténtica naturaleza, se produce la experiencia no dualista, el conocimiento primordial. De hecho, llegados a este punto, la mente se está viendo a sí misma.

Para ilustrar este proceso en este nivel de meditación, veamos lo que ocurre cuando despertamos por la mañana: la luz del sol ya está empezando a filtrarse en el mundo y el día se va iluminando poco a poco. El sol sube más alto, y el incremento de luz va despejando la oscuridad. Todo esto es un efecto automático. Algo análogo sucede en la meditación. Cuanto más se ve la naturaleza de la mente, más claramente brilla. Esto ocurre porque la mente tiene la capacidad de conocerse a sí misma y puede, en principio, reconocer lo que está en ella preparado y, es gracias a esto que no es afectada durante mucho tiempo por el pensamiento desenfrenado. De igual modo que en un el cielo despejado, sin nubes, brilla el sol libremente, sin obstáculos, así crece sin cesar la capacidad de iluminar o ver la naturaleza de la mente a través de la práctica disciplinada de la meditación en la visión. Poco a poco, esta práctica se vuelve completamente natural.

De este modo quedan perfilados, por tanto, los dos últimos logros relativos a las seis paramitas o virtudes trascendentales: la práctica de concentración meditativa y la de la sabiduría o comprensión plena. El término “paramita”, es una palabra sánscrita que literalmente significa “algo que ha alcanzado su cumplimiento”. En este contexto se refiere a la realización plena de la meditación y la sabiduría. La concentración meditativa trascendental o plenamente lograda, el quinto de los seis paramitas, se relaciona con la práctica de la meditación de la pacificación, tal y como se ha explicado antes. Es a través de la práctica gradual del entrenamiento de la mente y de la experiencia progresiva como se va alcanzando un dominio total de la estabilidad mental o concentración meditativa.

Habitualmente se suele hablar de tres fases o etapas en el proceso que conduce a la realización de la estabilidad de la mente. En la primera, no es de estabilidad, en sentido estricto, de lo que se habla sino, mas bien, de un mero reconocimiento del estado de agitación en el que la mente se encuentra. De hecho, en un primer momento, durante la práctica de la meditación se experimenta, además, un aparente aumento de los pensamientos que fluyen agitadamente como las aguas de un río montaña abajo. Sin embargo, esto no es mala señal. Al contrario, al no estar totalmente sumergida en esa agitación, la mente se halla ahora, al menos, en un estado de calma suficiente como para poder darse cuenta de su situación. Una vez reconocido esto, no hay que detenerse ni apegarse a este logro inicial sino que es preciso continuar con la práctica de la tranquilidad hasta que la mente esté bien entrenada. Como resultado de esta dedicación paciente, se accede a la experiencia de una mente que fluye suave como un río de aguas tranquilas. Así es el fruto de una mente bien entrenada y pacificada.

A continuación se inicia la tercera fase de la práctica en la que se experimenta un estado de estabilidad en el que es posible descansar y permanecer durante todo el tiempo que se desee. En definitiva, al fin se ha logrado el dominio completo del estado de estabilidad.

Estas tres fases de la concentración meditativa se denominan las tres estabilidades.

En la primera fase es necesario enseñarle a la mente a estabilizarse descansando en un punto de referencia externo. Durante la segunda y la tercera esto ya no es necesario, si bien, en particular, la segunda fase requiere mantener, todavía, un cierto nivel de vigilancia. Hay que observar y reconocer, cuándo está la mente estable o cuándo está moviéndose y pensando, para , gradualmente, ir un poco más allá, hasta lograr la estabilización definitiva. En cualquier caso, para sostener una meditación de calidad hace falta un cierto grado de esfuerzo deliberado.

La segunda fase desemboca en la tercera sin intervención alguna por parte del meditador.

Cuando esto sucede, la pacificación mental y la tranquilidad ocurren naturalmente, sin esfuerzo alguno.

Esta tercera y última fase corresponde al logro de la tranquilidad meditativa, o, dicho de otro modo, a la realización de la virtud trascendental de la concentración meditativa o “quinto paramita”. Llegados a este punto es posible acceder a la fase de la meditación de la visión.

Esta fase es mucho más difícil de medir o valorar porque es ilimitada. De hecho, la meditación de la visión se continúa practicando hasta el mismo momento en que se alcanza la iluminación. Por consiguiente, no es posible hacer una estimación precisa del tiempo necesario dado que no se trata de una actividad que una vez concluida dé paso a realizar alguna otra. La práctica de la meditación de la visión conduce a la iluminación misma.

Llegar a comprender qué es la meditación de la visión desde el nivel de realización actual es realmente difícil tanto por su inmensidad intrínseca como por tratarse de una esfera de la práctica meditativa que apunta más allá de la manifestación dualista.

Inicialmente, la meditación de la visión proporciona una experiencia limitada de la realidad o de la verdadera naturaleza de las cosas. Pero a medida que se profundiza en ella, esta experiencia crece y se amplía, al tiempo que la capacidad de progresar disponible actualmente se ve notoriamente incrementada. Por esta razón se dice que este nivel de meditación es ilimitado.

La meditación de la visión es también denominada la perfección de la sabiduría, el sexto paramita o la sexta perfección.
Si bien la mente tiene la capacidad de ver su propia naturaleza, en este preciso momento, tal y como podemos constatar, se dan muchos impedimentos que lo hacen difícil. Ahora mismo, por ejemplo, se encuentra llena de oscurecimientos.
Sin embargo, estos mismos oscurecimientos resultan ser los medios a través de los que se puede acceder a sus cualidades más genuinas. Ahora bien, en la mayoría de los seres sintientes la mente se halla sumida en la ignorancia y, esta es la razón por la que surgen y se conforman los mencionados oscurecimientos. Afortunadamente, todos ellos pueden ser purificados, trasformados en cualidades, y, en definitiva, reorientados hacia la consecución de la iluminación. Esta capacidad de transformación que habita en todos los seres sintientes es lo que se entiende por naturaleza búdica.

Para comprender mejor qué son los oscurecimientos de la mente, hay que hacer unas breves precisiones sobre la ley de causa y efecto, también denominada ley del karma. De este modo se evidenciará la relación que existe entre las acciones que se realizan y los resultados que se experimentan a posteriori. Por otra parte, cabe decir que la práctica de las acciones virtuosas es el antídoto que purifica todas las acciones kármicas generadas en el pasado.

El karma es la acumulación de acciones derivadas de los pensamientos que habitan la mente. De la observación del proceso de pensar se deduce que las ideas y conceptos que la invaden son promovidos por las emociones que son, a su vez, la causa de la interrelación entre ella misma y los objetos.

En algunas ocasiones la mente está bajo la influencia del egoísmo, de un fuerte enfado o de la agresividad, y en otras, se ve sometida a la acción de un fuerte deseo o apego, del orgullo o de los celos. Todos estos estados emocionales impulsan la creación de ideas y la realización de actos que dan origen a un potencial o semilla kármico que se incorpora y acumula en la mente dónde continúa su actividad hasta devenir, pasado un tiempo, en tendencias o hábitos mentales.

                                                                 

Cuando estas tendencias maduran, cuando el karma creado por el pensamiento o la acción confusos llega a completarse totalmente, se produce un acontecimiento en la percepción del mundo circundante. Éste es el karma particular, es decir, la manifestación de una mente confusa. Así que el karma puede, o bien, residir en la conciencia como un potencial, o bien, puede estar en proceso de maduración, o, por último, puede tratarse de un karma totalmente maduro.

Si en lugar de desarrollar emociones negativas tales como el deseo, el enfado o los celos, se potencian cualidades como el amor y la compasión, poco a poco, florece una buena motivación que inspira acciones que, siempre y en todo caso, redundan en el fortalecimiento de la virtud. De hecho, es inevitable que las acciones motivadas por un amor y una compasión genuinos produzcan resultados virtuosos.
También vale decir lo contrario, es decir, que en modo alguno puede suceder que una acción amorosa o compasiva genuina pueda producir un resultado no-virtuoso.

De igual modo que ocurre con las acciones negativas, las acciones virtuosas también son recogidas e incorporadas a la corriente mental y también llegan a madurar, sólo que, en este caso, para dar lugar a una ilusión o manifestación del mundo circundante plena de cualidades positivas y circunstancias afortunadas.

Hay que tener en cuenta que los términos condiciones positivas o negativas son empleados aquí en función del objetivo principal que es alcanzar la iluminación. Es decir, un karma positivo es aquel que nos acerca a la iluminación y, por el contrario, todo aquello que obstaculiza ese logro es lo que conforma un karma negativo.
Según esto, habitualmente se considera que hay dos tipos de existencia: la afortunada y la infortunada.

Una existencia es afortunada cuando se nace como un ser humano, con un cuerpo humano, en un mundo humano y con amigos humanos. Del mismo modo, la experiencia vital es muy positiva si, además, confluyen muchas oportunidades para progresar en el camino que conduce a la iluminación.
Por el contrario, un ejemplo de renacimiento poco afortunado es el de aquel que se manifiesta como un ser fantasmal, es decir, no humano. En ese caso se vive con el cuerpo de un fantasma, en un mundo fantasmal que es percibido tal y como lo experimentan los fantasmas y en el que todos los seres cercanos son también fantasmas. Desde la perspectiva que aquí se considera, vivir así es un infortunio.

Sin embargo, las cosas podrían ser aún peores, tal y como ocurre en el caso de un ser cuyo karma le lleva a manifestarse como un insecto. Aunque vuela a través del mundo humano, ni tiene la capacidad de contactar con los seres humanos, ni de beneficiarse de su mundo. Realmente, vive en el campo de existencia que puede experimentarse desde el punto de vista de un insecto y para llegar a establecer un contacto significativo con otro ser viviente éste deberá ser de su misma categoría. De hecho, cuando contacta con un ser humano no percibe este hecho como algo beneficioso o útil.

Así es la vida de un insecto. Cierto que dispone de ciertas facultades y percepciones sensoriales, así como de ciertas tendencias pero movido, fundamentalmente, por su instinto de supervivencia, comete actos negativos con gran facilidad. En consecuencia, aún considerando que la esencia de todos los seres sintientes es la naturaleza búdica, en el reino de los insectos la realización de acciones virtuosas es sumamente difícil.
En definitiva, queda bastante claro lo importante que es contar con una existencia afortunada, con un tipo de renacimiento en el que todas las facultades, potenciales y capacidades estén disponibles para avanzar hacia el despertar.

¿Qué se puede hacer para asegurar la continuidad de estas condiciones favorables? Fundamentalmente, es necesario realizar acciones y conductas motivadas por el amor y la compasión. Un ejemplo de este tipo de acciones es la práctica de la generosidad que, ejercida desde una motivación pura, redunda en una buena fortuna y en unas condiciones beneficiosas. La persistencia en esta actitud, año tras año, vida tras vida, implica ir acercándose, más y más, a la iluminación. Así es como funciona esta práctica, también conocida como la práctica de la perfección de la generosidad o primer paramita.

                                                                   

El segundo paramita es la perfección de la conducta ética. Esta práctica afecta a todas las acciones que se realizan, e incluye al resto de los paramitas. En este caso se trabaja dentro de la ilusión en la que se está inmerso, pero para desarrollar en ella algo positivo. Lo básico a tener en cuenta es no hacer daño a los seres sintientes, tanto si es la meditación como si es la práctica de la generosidad aquello con lo que se está incidiendo directamente sobre las causas de la ilusión. Esto constituye la esencia de la práctica de la conducta ética. Incluso cuando se practica la virtud, es preciso asegurarse de no causar daño a otros. Actuando de este modo, la mente puede arraigarse más firmemente en el karma positivo, y en consecuencia, la meditación progresa, la confusión de la mente disminuye, ésta se vuelve más libre y, finalmente, más capaz de ver su auténtica naturaleza. He aquí los resultados de la práctica correcta de la perfección del paramita de la conducta ética.

La disciplina de la conducta ética consiste en renunciar a aquello que puede ser perjudicial para la práctica y, por el contrario, promocionar todo aquello que sea beneficioso. Esta práctica es, por tanto, la base para lograr la purificación y alcanzar el perfeccionamiento de cualquier otra práctica que se esté realizando.

En relación con el tercer paramita, también conocido como la perfección de la paciencia, se diferencian dos categorías, según se refiera a las circunstancias externas o a las internas. En cuanto a las circunstancias externas , significa que no se debe reaccionar al ataque, al insulto o a la agresión de cualquier manera, sino que se debe responder siempre desde el amor y la compasión.
En cuanto al desarrollo de la paciencia de tipo interna, hay una práctica obvia y otra más sutil.

La práctica más obvia de la paciencia interna se realiza cuando se cortan los pensamientos y sentimientos de enojo en cuanto se es consciente de que están surgiendo en la mente. Se trata, por lo tanto, de no engancharse, ni comprometerse con estos pensamientos y emociones.

La práctica más sutil de la paciencia se relaciona con la superación de la oscuridad originada por la ignorancia en la mente. Esto significa que cuando cualquier pensamiento o idea de naturaleza dualista se desarrolla en la mente, se ejerce la práctica de la sabiduría, o de la comprensión completa de la naturaleza de los pensamientos para no quedar atrapado en la dualidad.. De esta manera se ve a través o en el interior de la naturaleza misma de los pensamientos.

En cuanto a la práctica de la perseverancia o cuarto paramita, cabe decir que, inicialmente, se trata, simplemente, de cultivar e impulsar la práctica cada vez en más circunstancias. En una segunda fase los esfuerzos y la dedicación deben ser incesantes y regulares, y no sólo de vez en cuando.

Por último, hay una tercera fase en la que la capacidad de perseverar, de ejercitar la energía y de afrontar las situaciones surge con facilidad, de un modo casi automático y completamente libre de todo esfuerzo deliberado porque nace como expresión del funcionamiento natural de la mente. La práctica de la perseverancia entendida de este modo conduce hasta el umbral mismo de la iluminación. Es así como se recorre el camino que permite llegar a convertirse en un ser muy beneficioso para todos los seres.

El cultivo de las perfecciones mencionadas, es decir, de la conducta ética, la paciencia y la perseverancia es una ayuda muy importante para progresar en el desarrollo de las tres restantes, es decir, de la generosidad, la meditación y la sabiduría. En resumen, es a través del desarrollo gradual de los seis paramitas que se logra avanzar en el camino hacia la iluminación.